Roberto Bosca
La Nación, 23 de mayo de 2006

Una literatura y filmografía de teología ficción ha ganado los mercados, al punto de haber creado un nuevo género. Se trata de una moda cultural, pero ella no parece responder a un mero capricho del gusto popular: tiene un significado.

Posmodernidad: ¿posreligión? Eso es lo que pensaron los «teólogos de la muerte de Dios», pero se equivocaron. Desmintiendo a los profetas del secularismo radical, un inédito sentido religioso parece atravesar los comienzos del milenio. Pero ¿en qué consiste esta desconcertante realidad?

Es la new age , una nueva espiritualidad difusa para un hombre vacío, que ha comenzado a penetrar por todos los intersticios de nuestra cultura. Esta religiosidad individualista refleja el sentido antiinstitucional que es propio del cambio de época. La desconfianza respecto del poder explica que cualquier autoridad sea sospechada de una intrínseca corrupción para perpetuar su dominio.

La estructura jerárquica, incluso de las iglesias y confesiones religiosas, es anatematizada. La mediación con lo sagrado que ella propone es interpretada como una intermediación ilegítima, una traición de la pureza del mensaje original.

El deseo de saber más responde a una actitud muy humana, que ha impulsado el progreso. Pero este anhelo puede dar como resultado, si se encuentra exacerbado, una imaginación desenfrenada.

En la sociedad del conocimiento, son muchos los que sufren de una bulimia intelectual que impide digerir el alimento. Constituye un lugar común la queja de los profesores: muchos datos, poca reflexión, menos criterio. Si la apabullante información que informa la trama de espionaje político de Frederick Forsyth le confiere verosimilitud, ¿por qué no puede ser real también la de espionaje religioso de Dan Brown?

De este modo, en un clima de época que podríamos calificar de síndrome del gato encerrado, florecen las teorías del complot. ¿A quién no le gusta descubrir que en una verdad aceptada hay algo más que se mantiene oculto al común de la gente? Habría una realidad importante que alguien, con fines inconfesables, oculta para perpetuar su inicua dominación de las conciencias.

La responsabilidad del mal no está en nosotros mismos, sino en alguien que nos domina y que ha expropiado las claves de nuestra felicidad. El imperativo de saber deviene justiciero, adquiere los rasgos de una reivindicación moral. La película El complot , protagonizada por Mel Gibson, mostraba de modo ambivalente una mentalidad paranoica más frecuente de lo que se cree, que irrumpía en una conspiración oculta y real. El vago espiritualismo que renace hoy en la nueva religiosidad se caracteriza por su contenido gnóstico. La gnosis es una corriente precristiana que pretendió mimetizarse con la nueva fe religiosa en la Iglesia primitiva. El principio fundamental del gnosticismo consiste no en la fe, sino en una racionalización de la fe, en un conocimiento que salva.

Pero esta autoliberación del hombre interior por un saber oculto no es inocua. Contenidos gnósticos pueden rastrearse en una enorme variedad de corrientes culturales, no solamente en los siglos medios, sino también en la modernidad. Su influjo ha mostrado aun en nuestros días una increíble reviviscencia.

Las ideologías, constituidas en terribles aparatos de masacrar cuerpos y espíritus, exhiben la mácula gnóstica, como en décadas recientes se ha podido observar, por ejemplo, en el marxismo y en el nazismo. Pero con el sutil telón de fondo del boom literario de la teología ficción la gnosis encuentra un campo privilegiado de influencia, acaso impensado escaso tiempo atrás.

En el transcurso de unos pocos años esta sensibilidad de matriz gnóstica ha penetrado en las clases medias y en estos momentos las nuevas creencias ya constituyen un producto de supermercado. Esta es la realidad que se expresa en la miríada de best-sellers que inundan las librerías de las grandes ciudades. La gnosis ha pasado de las sectas albigenses a nuestro vecino del subte, que lee ensimismado y acaso un tanto desconcertado, con la ilusión de acceder al conocimiento para ser, también él, un iniciado que recibe de los escribas de la nueva gnosis la falsa ilusión de su liberación interior.