Compartimos la reseña que escribió Marta Páramo sobre el libro «¿Quiénes somos? Cuestiones en torno al ser humano», editado por Miguel Pérez de Laborda, Claudia E. Vanney y Francisco José Soler Gil, y en el que han participado varios integrantes de nuestro equipo. Fue publicada en «Nueva Revista de Política, Cultura y Arte» de la Universidad Internacional de La Rioja (España).
¿Quiénes somos? es el título de un volumen que recoge el trabajo conjunto de más de treinta expertos de distintos centros universitarios, españoles y extranjeros, dedicados a la investigación y la docencia en ámbitos tan diversos como Neurociencia, Física, Filosofía, Psicología, Derecho, etc. Sus esfuerzos se aúnan en la pretensión de responder a la pregunta del título, una de las pocas preguntas que ha marcado la historia del pensamiento. En la búsqueda de respuestas se ofrecen en este libro acercamientos desde perspectivas múltiples, atendiendo tanto a las reflexiones clásicas como a los últimos avances de la ciencia o la tecnología.
La obra se estructura en 59 cuestiones y otros tantos capítulos que intentan responderlas. Se agrupan en 10 bloques temáticos que tratan temas tan sugerentes como la relaciones entre la naturaleza y el hombre, naturaleza y cultura, el conocimiento, la afectividad, la capacidad de amar y la libertad, la persona humana, las actividades humanas, familia, educación y sociedad, el fin de la vida y su sentido y, por último, las relaciones entre el hombre, Dios y la religión. Es una obra dirigida a estudiantes universitarios de grado, esto es, a cualquier lector inquieto que no necesita ser especialista en los temas que se exponen. Así, los autores presentan de modo breve, claro y profundo una visión del hombre completa, polifacética y de gran utilidad para todo aquel que desee ahondar en la riqueza de lo humano.
Como afirma uno de los editores del volumen, Miguel Pérez de Laborda, “no nos comportaríamos a la altura de nuestra dignidad si no fuésemos responsables a la hora de usar nuestras capacidades”. Esa responsabilidad incluye una tarea tan ardua y hermosa como la de comprendernos a través de la reflexión, por el uso de nuestra capacidad racional con un pensamiento que ilumine las propias experiencias.
¿Quiénes somos? podría entenderse como una búsqueda de respuestas a aquel conocido aforismo griego, “Conócete a ti mismo”, y a las palabras de Píndaro, “Llega a ser el que eres”. Para ello se sirve de las últimas fronteras del conocimiento. ¿Qué nos dicen los avances de la ciencia, la cultura, las inquietudes de la sociedad en que vivimos, sobre eso que suele llamarse naturaleza humana y que nos atañe tan personalmente? Las preguntas clásicas sobre el hombre se unen a nuevos interrogantes que hacen su aparición con el desarrollo vertiginoso de ciencia y tecnología.
Neurociencia y tecnología
La perspectiva filosófica desde la que se exponen buena parte de las cuestiones supone una mirada contemplativa que –ante los avances, retos y problemas presentes– se pregunta por la naturaleza de la persona humana, su sentido y su lugar en el cosmos. Busca los fundamentos radicales, aquellos que se encuentran en la raíz de la realidad, partiendo de un estudio interdisciplinar. Como afirma Agustina Lombardi en su artículo sobre a los avances de la neurociencia, “la filosofía debe estar agradecida por el estímulo recibido para repensar o afinar nociones conceptuales que atañen al dinamismo de nuestro obrar libre y del funcionamiento de nuestra toma de decisiones.” El desafío de la interdisciplinariedad supone aunar las tres dimensiones del hombre: la somática o neurofisiológica, la psíquica y la metafísica, que son inseparables si se quiere hacer justicia de nuestra realidad.
El orden en que están planteadas las cuestiones no es en absoluto aleatorio. Comienza por abordar la relación entre la naturaleza física y ser humano; la gran complejidad de la estructura cerebral, el estudio científico acerca de los orígenes de la hominización, la continuidad biológica entre este y los animales, los límites de esa continuidad, etc. Temas que permiten resaltar, por ejemplo, que “el hecho de la evolución por selección natural no tiene por qué entrar en conflicto con filosofías que involucren que el hombre tiene una dimensión espiritual o creatural”.
Los capítulos de este apartado buscan aclarar la diferencia entre el desarrollo gradual de los humanos y el origen puntual del hombre en el momento en que adquiere autoconciencia y se convierte en protagonista desde el punto de vista conductual. Se profundiza también en el estudio de las relaciones entre mente y cerebro y los problemas que surgen al plantear la identidad entre ambos.
Respecto a la relación del hombre con la tierra, y el compromiso y atención que merecen los problemas ambientales, Jordi Puig sostiene la necesidad de estar a la altura moral del saber adquirido o del poder tecnológico desarrollado. Esta misma idea de responsabilidad subyace en los capítulos que tratan de manera más específica los avances científico-tecnológicos aplicados a la misma especie humana: me refiero al nuevo problema del transhumanismo.
Los autores de los dos capítulos centrados en el transhumanismo se preguntan si es posible y deseable una autodirección de la evolución humana. Así distinguen entre transhumanismo cultural y transhumanismo tecnocientífico. El núcleo fundamental del transhumanismo, que aúna las diversas corrientes, es la intención de aplicar nuevas tecnologías a la modificación directa de los límites impuestos por el cuerpo. Este deseo de desarrollar y superar positivamente nuestras capacidades es inherente a la naturaleza humana. Sin embargo, el transhumanismo plantea desafíos urgentes, como la diferenciación de las biotecnologías dedicadas a superar enfermedades o discapacidades respecto de las biotecnologías que buscan aumentar exponencialmente capacidades físicas o cognitivas en los individuos. ¿Hay que defender –aproximándose desde presupuestos ecologistas– la naturaleza humana? ¿Cómo determinar hasta qué punto es esta susceptible de ser modificada? ¿Podemos aclarar la diferencia entre mejora transhumanista y perfeccionamiento humano? ¿En qué sentido es deseable una condición humana diferente a la actual?
El perfeccionamiento humano presenta, según Héctor Velázquez, algo así como un mar sin orillas: “Evoca algo originario, en cierto sentido autofundante, sin más límite que el sujeto mismo”, y no se guía por la obtención de un objetivo útil, como es el caso de la mejora transhumanista, sino por la pretensión de ser “plenamente libre, sorprendentemente generoso, profundamente sabio e insospechadamente feliz.”
Ser personal y diferencia humana
¿Quiénes somos? desarrolla temas cercanos a la biología. En concreto, se plantea la pregunta por lo diferenciador de lo humano. ¿Por qué somos precisamente nosotros, y no los chimpancés, quienes escribimos libros como este? Somos el único animal que pretende estar a la altura moral del saber adquirido o del poder tecnológico desarrollado y esto implica hacerse preguntas, tratar de comprender el aparato filosófico y tener conceptos bien claros para formarse una postura sólida y fundada. Para ello, es necesario entender que el conocimiento, el amor y la libertad son capacidades que sitúan al hombre en una dimensión única, distinta de los demás seres. Pero la persona humana no se identifica con sus capacidades, ni siquiera con las más elevadas. Hay algo más profundo que hace al hombre radicalmente único, un núcleo al que nos referimos cada vez que decimos “yo”. Ese núcleo es, precisamente, el ser personal; el centro desde el que están llamadas a integrarse todas nuestras capacidades.
Decir que el ser humano tiene un ser personal, no es únicamente un criterio para diferenciar al hombre de los demás animales. Significa decir que cada ser humano es único, insustituible, irreductible… ¿Esto qué significa? En primer lugar, es el criterio a tener en cuenta a la hora de valorar todas aquellas realidades que afectan al hombre y provienen de él. Tal es el caso de la cultura. La influencia de la cultura en la determinación de nuestros valores, conscientes o inconscientes, es decisiva a la hora de alcanzar la plenitud y felicidad a la que aspiramos.
Por ello las distintas culturas son comparables entre sí pues no todas nos acercan del mismo modo a esa plenitud. ¿Es igual una cultura que prohíbe a la mujer estudiar en la universidad que otra que defiende el derecho universal a la educación? ¿Es indiferente aquella cultura que considera a algunos seres humanos como “menos humanos” que otros, justificando, por ejemplo, la esclavitud? Como sostiene Miguel García-Valdecasas, el relativismo, que hoy pasa por ser la forma más educada de pensar, debería invitarnos a reflexionar: no todo lo cultural es relativo. Más bien, para que la cultura sea verdaderamente humana exige poner como fundamento el ser del hombre y, con él, su dignidad radical.
Pero esta idea del ser personal del hombre no solo afecta a la cultura, sino que está en la base de todos los aspectos humanos. ¿Un claro ejemplo? La comprensión de las emociones y los sentimientos. ¿Qué papel juegan en nuestra búsqueda de la felicidad? ¿Es posible armonizar la razón con las emociones? Hoy día parecen totalmente enemigas. “Represión”, llamaríamos al intento de diálogo entre una y otras. Sin embargo, aprender a gestionar las emociones, entender los sentimientos y educar la afectividad es una tarea necesaria para alcanzar la plenitud. Integrar las emociones con la totalidad de nuestro ser, que incluye la razón, significa madurar. Esto es, aprender a actuar de manera ajustada a la realidad que se vive. Precisamente porque es en esa realidad, con todos sus matices, donde podemos buscar nuestra felicidad.
Una integración de las realidades humanas
Esta idea de “integración de la propia subjetividad”, de búsqueda de la unidad de todo nuestro ser, convierte realidades tan cercanas y palpables como el propio trabajo en un medio para la realización personal, la maduración del carácter y la estabilidad psicológica. La búsqueda de excelencia y el desarrollo de las virtudes encuentran su lugar en el mundo profesional frente a la explotación exigente, el derroche y el individualismo favorecidos por una sociedad consumista.
A lo largo de toda la obra, los autores dan profundas y concienzudas pinceladas, conformando un mosaico que revela la belleza de la realidad humana. Comienza por sus dimensiones más físicas para avanzar hacia otras más espirituales, sin olvidar nuestra condición unitaria. No es posible comprender la inteligencia sin el cerebro, pretender separarla de la voluntad y el amor, o abstraerle de sus valoraciones emotivas. Del mismo modo que sería una quimera pretender una libertad absolutamente indeterminada y desligada de la naturaleza y la corporalidad.
En el último apartado la obra se plantea la cuestión religiosa. Todo ser humano, toda cultura, dejan espacio para la trascendencia, las religiones y Dios ¿Han quedado superadas las cuestiones religiosas por los avances del saber científico? Manuel de Elía resalta que la dimensión religiosa del hombre “no es un agregado cultural foráneo, sino una presencia universal y homogénea a lo largo y ancho del mundo y la historia” (capitulo 55). Precisamente por esta razón, la tensión hacia lo absoluto no es una característica del ser humano que se pueda dejar de lado cuando ponemos sobre el hombre una atención libre de prejuicios. En algunos ambientes contemporáneos parece que el reconocimiento de un ser absoluto entra en conflicto con una libertad individual emancipada de todo lazo externo y toda fuente de moralidad. “Se teme que dirigir la mirada hacia Dios pueda lesionar la reivindicación existencial de la propia libertad” (p. 335). Sin embargo, como sostiene en sus obras Zigmun Bauman, dicha emancipación no nos ha conducido a una felicidad cumplida, sino más bien a una existencia desengañada.
Se pone en el punto de mira el gran interés por la religión en la sociedad actual, en contra de los resultados que se preveían con el ideal del progreso. La pregunta de Robert Spaemann por el rumor inmortal de Dios no es una cuestión obsoleta ya que ni han muerto, ni pueden morir, las dos experiencias que nos hacen encontrar sintonía con ese rumor: 1) la experiencia de la finitud, que delata una falta de autonomía, y 2) la experiencia del prodigio del ser, que se experimenta ante la belleza, por el nacimiento de un hijo o en un descubrimiento científico de especial importancia (capítulo 59).
Sugerencias finales
Las preguntas suscitadas por un presente que avanza a velocidad vertiginosa tratan de encontrar respuesta de la mano de la ciencia y la filosofía, donde investigadores y científicos actuales no dejan de lado a los pensadores históricos de toda una tradición. Los autores de este volumen son conscientes de que la pregunta acerca de ¿Quiénes somos? no pued pretender una contestación definitiva en 340 páginas y por ello cada artículo se cierra con un apartado Para seguir leyendo que facilita al lector bibliografía amplia y siempre importante para profundizar más en cada cuestión.
Literatura, robótica, noviazgo, inmortalidad, realidad virtual, amor, libertad, inteligencia artificial y religión… son algunos de los asuntos que aparecen en este libro como realidades humanas que revelan los aspectos más bellos y misteriosos de nuestra naturaleza. La variedad de autores añade gran riqueza a la obra, ya que cada capítulo ha sido escrito y está pensado de manera diferente. Pero todos ellos consiguen mantener un tono cercano y un lenguaje accesible que permite al lector sentirse en verdadero diálogo con los expertos, caminando así unidos en esta búsqueda de verdad y sentido que mueve a los que todavía mantienen la capacidad de asombrarse, que define la inclinación a la filosofía.
Por Marta Páramo