En la última semana, hemos asistido a un fenómeno desconocido en la Argentina. La aparición de unos cuadernos, que casi podían generar sospechas, acabaron produciendo un efecto dominó de «arrepentidos», entre los que se cuentan dueños de importantes empresas y altos directivos de filiales de empresas extranjeras. Aunque hay un largo camino por recorrer, lo que está pasando es alentador y presenta una oportunidad.

Por Silvia Martino, profesora de Ética, Empresa y Sociedad en la FCE.

Recordé una frase de un libro sobre las mafias: castigas a uno y aprenden cien. Nunca pasó algo así en nuestro país, y todo fue posible gracias al marco institucional que ofrecen la «Ley del arrepentido» y la «Ley de responsabilidad penal de las empresas». Actualmente, está cambiando la lucha contra la corrupción en el mundo, empezando por la Foreign Corrupt Practices Act, de Estados Unidos, y dando un gran paso adelante con la Bribery Act, del Reino Unido.

Hay una tendencia en los hombres a buscar atajos, y si coincide con la existencia de ámbitos corruptos de impunidad y connivencia con el poder político, los efectos se agigantan. ¿Afecta todo esto a las empresas, a la imagen de nuestro país, al comportamiento de los directivos? Sin duda que sí. Por un lado, queda claro que las prácticas fraudulentas finalmente salen a la luz. La fuerza de la verdad puede más que el encubrimiento. Los empresarios argentinos, forzados por los hechos, han dado un paso importante al reconocer lo ocurrido, presentándose como arrepentidos y facilitando el proceso. Es posible que al haber reconocido los fallos haya mayor posibilidad de mejora y aprendizaje. La corrupción existe. El ser y el deber ser no tienen por qué coincidir: la gente roba, mata y miente, y no nos parece que esto sea deseable, al menos por las consecuencias que esto tiene para las víctimas, para la sociedad, para los ladrones, asesinos y mentirosos. Otra cosa es que nos convenga pasar de largo sobre el problema de la corrupción: luchar contra ella no suele ser sencillo, ni barato, y el directivo tiene muchas presiones. Muchos plantean que no les quedaba otro remedio que pagar. Pero esto no quiere decir que esta sea una situación justa y deseable. Al corto plazo, claro que le conviene al que espera conseguir un buen contrato o una interesante concesión mediante el pago de una «comisión», pero en el largo plazo, no conviene a la sociedad, ni a la propia empresa, ni a sus directivos.

Para nuestro país esto claramente es una situación nueva que puede convertirse en oportunidad. El tema será trabajar en erradicar la corrupción en un país en que está bien implantada. Creo que la situación nos puede conducir a pensar en tres líneas.

Primero, eliminar los incentivos. A menudo la corrupción viene de reglas del juego no claras, de gobiernos o funcionarios que tienen demasiado poder para decidir, de procedimientos demasiado complicados… Cuantos menos terrenos haya que recalificar, menos tentaciones tendrán los constructores y promotores, los políticos y funcionarios.

Segundo, premios y castigos: buenos jueces y fiscales, controles, inspecciones. Son caros, pero desaniman a algunos a caer en conductas corruptas. Puede ser injusto que por pagar unos miles de dólares a un político, a un empresario le caigan 5 años de cárcel, pero por lo menos, esto le llevará a pensarlo dos veces.

Tercero, solucionar el difícil problema de la financiación de los partidos políticos. Muchos casos en la Argentina tienen que ver con la aparición de pagos impropios para financiar a los partidos… y a los políticos y funcionarios de los partidos que ven pasar tantos dólares por encima de su mesa que, al final, se paran a pensar si ellos no podrían apropiarse de algunos.

Y más ética, más honestidad, más integridad, una mirada de largo plazo, de sostenibilidad en el tiempo y de desarrollo. La ética no es «la» solución técnica, pero no hay solución sin ética. La colaboración de las empresas es imprescindible porque, en la gran mayoría de los casos, son las que pagan; a lo mejor no tienen culpa, pero son las que pagan. Por eso se les alienta a que tengan programas amplios de compliance, que incluyan todos los aspectos de la empresa: penal, fiscal, laboral, de corrupción, medioambiental, de derechos humanos…

Esto exige que las empresas cambien su cultura: primero, que dejen de corromper activamente; luego, que dejen de permitir la corrupción entre sus empleados y directivos; tercero, que pongan en marcha medidas concretas contra la corrupción (formación, por ejemplo: para que todos sepan por dónde puede venir le tentación de pagar, por qué hay que rechazarla siempre, qué hacer si un empleado recibe una petición, etc.) y, finalmente, que tomen parte activa en la lucha contra la corrupción con los demás stakeholders. Cambiar la cultura significa volver a dar importancia a la ética. No se puede erradicar la corrupción a golpe de investigaciones, denuncias y castigos: sencillamente, no se puede. Ni tampoco con listados de cosas que no se deben hacer y la obligación de firmar, cada cierto tiempo, un informe en el que el personal dice que ha cumplido todo lo establecido. Al final, no queda otro remedio que convencer a la gente de que no hay que pagar a un funcionario o un político corrupto… porque eso no se hace, porque eso es indigno de una persona honrada, porque eso hace daño a la empresa, a los colegas, a los clientes, y porque no me gustaría que mis hijos supiesen que su padre es un sobornador.

Ética es profesionalidad: un buen político, un funcionario profesionalmente correcto, un directivo de empresa que merezca ese nombre, no pide extorsiones, ni ofrece sobornos. Es moral social, enseñar a la gente que las conductas inmorales, todas ellas, deben ser erradicadas. Claro que el que las practica gana mucho con ellas, pero el daño que se hace a sí mismo, a los de su entorno y a todos los ciudadanos es muy grande. Por eso, este es un argumento moral. Ni económico, ni social, ni político. Es transparencia, en la empresa, en el mercado y en la administración pública. La transparencia es importante. Dicen los expertos que no hay mejor medicina contra la corrupción que el aire libre y los titulares de periódico. Publicar todo. Es preferible esto a que algún conductor acabe llevando los registros en sus «cuadernos» y los acabe publicando algún familiar suyo.

Las situaciones que observamos no son nuevas ni desconocidas, pero ahora existe un nuevo precedente, hay nuevos mecanismos para articular y prevenir futuras situaciones. Podemos intentarlo si queremos ser creíbles.

Fuente: ámbito