Por la Lic. Cristina Alais.Familia- límites- Lic. Cristina Alais- Universidad Austral

En nuestra sociedad, permisiva y bienestante, los valores se hallan trastocados. Así, valores como el éxito, el dinero o el poder que deberían ser medios para superarse, vivir mejor o hacer el bien, se transforman, en muchos casos, en fines que distorsionan la realidad y cobran una ficticia jerarquía sobre valores trascendentales como pueden ser: la honestidad, la prudencia, la bondad o la humildad.

Esta postura que ha alcanzado los ámbitos sociales, culturales y educativos ha afectado profundamente a las familias. Dentro de este contexto, la educación de los hijos se ha transformado para los padres en un desafío cotidiano al tener que poner los medios adecuados para luchar contra-corriente.

Educar implica ayudar a los hijos a potenciar lo mejor que hay en cada uno, a perfeccionarse día a día para “ser y a hacerse mejores personas”. Teniendo en cuenta este concepto y considerando que cada hijo es único, irrepetible e insustituible se deberá exigir a todos lo mismo, pero de diferente manera, respetando el peculiar modo de ser de cada uno. Y no podemos hablar de educación si no hablamos de autoridad. Palabra muy desprestigiada dado la confusión que existe a la hora de ejercerla correctamente o de ejercerla…simplemente.

Analicemos algunas de las dificultades que tienen los padres para poner límites a sus hijos:

Temen perder su cariño: Esta forma de entender el efecto de los límites lleva a los padres a ser muy permisivos. Se imaginan que el mensaje del hijo sería: “Si no me dejás hacer lo que quiero, no me querés lo suficiente, entonces: voy a dejar de quererte”.

Temen producir un daño psicológico: Traumarlos, frustrarlos, afectar su autoestima, etc. Los padres se sienten inseguros y vuelven a ser permisivos o sobreprotectores dando a sus hijos aquellas cosas que quieren, pero que no necesitan. En este aspecto, es importante considerar que las frustraciones son inevitables y que los hijos deberán poner los medios para superarlas y aprender de esa experiencia para rectificar, de ser necesario, además de desarrollar capacidades como el esfuerzo, la voluntad, la paciencia, la perseverancia, etc.

No saben cómo ponerlos: Aunque nadie nace sabiendo ser padre o madre, cada vez resulta más necesario informarse, preparase o simplemente apelar al sentido común: establecer horarios para utilizar las nuevas tecnologías, los celulares no se llevan a la mesa, el televisor se apaga durante las comidas, se come lo que hay o no hay postre, la mochila se hace antes de acostarse, etc.

En ocasiones resulta más cómodo consentir: Se evitan berrinches, pataleos, discusiones (con los hijos y entre los padres)

Están pendientes de qué dirán los demás de ellos…

Teniendo en cuenta estas apreciaciones la puesta de límites pueden considerarse como “limitantes” de las conductas de los hijos, sin embargo, poner límites no significa “limitar” sino “facilitar” el desarrollo de capacidades personales muy valiosas. Aunque los padres tengan las mejores intenciones, limitan a sus hijos cuando les permiten todo o prohíben todo, ya que les impiden aprender a comportarse como personas reflexivas que deberán evaluar y elegir lo que es objetivamente bueno en un futuro.

Por eso, es importante establecer objetivos educativos: no se puede exigir hoy algo que mañana (por cansancio, porque “todos lo hacen”, porque se ven superados por una situación determinada o por el estado de ánimo del momento) no se cumplirá o se mirará para un costado.

«Los límites no “limitan”, por el contrario “facilitan” el desarrollo de capacidades en los hijos».

Las palabras en la puesta de límites sólo tienen sentido cuando están apoyadas en acciones que hacen posible el aprendizaje de los hijos. Sólo si son capaces de cumplir lo que prometen con una actuación que va más allá de las amenazas o advertencias insubstanciales que solo logran crear un clima tenso y opresivo, serán efectivas. Por lo tanto, hablar y actuar forma parte del equilibrio indispensable a la hora de mandar.

Cuando se ejerce la autoridad (se da una orden) siempre hay una consecuencia en la conducta de los hijos (puede o no cumplirla) que los padres deberán verificar y que dará lugar a las sanciones positivas o negativas (premios o castigos)

Cuando el hijo obedece, es importante reforzar la buena acción a través de una consecuencia positiva o premio que en modo alguno serán siempre cosas materiales, también pueden darse: halagos, abrazos, sonrisas, comentarios a otro ser querido de lo bien que ha hecho algo, etc. Si el hijo ve como bueno lo que ha realizado porque así lo han reconocido sus padres, tenderá a repetir esa acción afirmando un comportamiento adecuado que lo ayudará al desarrollo de hábitos operativos buenos (primer paso hacia el desarrollo de las virtudes humanas).

Por el contrario, cuando su conducta es incorrecta y no obedece lo que sus padres le han dicho; la sanción deberá ser negativa, pero ¡cuidado! el castigo debe servir para modificar una conducta desatinada, no para descargar rabias o enojos. Los castigos físicos o la violencia verbal sólo traen consecuencias negativas porque los hijos se sienten desprotegidos, solos, no queridos y pueden rebelarse o someterse, pero solo por temor. Por lo tanto, su conducta puede cambiar en apariencia, no por convicción.

«Los premios sirven para reforzar una buena conducta. Los castigos deben modificar una conducta inadecuada».

Los castigos (igual que los premios) deben ser cortos, relacionados con la falta: si desordenó, no podrá ver su programa de TV hasta que lo haga, avisados con antelación: si no ordena sus juguetes o útiles después de jugar o estudiar, no podrá ver TV o jugar con su Ipad.

Estos ejemplos son muy sencillos, pero sirven para que los padres tengan una idea acerca de cómo pueden poner límites adecuados a sus hijos, ya que suele confundirse el límite con el castigo. ¡Y nada es más desacertado!

Los límites brindan protección, ya que los chicos saben que pueden y que no pueden hacer; dan seguridad, porque se sienten queridos; promueven una saludable autoestima, porque se saben valiosos y tienen confianza en sí mismos; ayudan a desarrollar el auto-control, porque son dueños de sus actos y la responsabilidad, porque se hacen cargo de sus acciones. En este punto, es esencial que los padres les transmitan que los aman incondicionalmente por lo que “son”; y que cuando se les pone un límite, se lo aplica a su conducta, a lo que él “hace” y no a lo que “es”.

«Los límites brindan protección y seguridad. Los hijos se sienten más queridos y pueden desenvolverse con autonomía».

 

Poner un límite no es decirles todo el tiempo lo que tienen que hacer sino que sepan elegir bien y asuman o prevean las consecuencias de lo que deciden. Existe un grado de frustración saludable que permite desarrollar la facultad de postergar una satisfacción. Sin ello, serán chicos incapacitados para sostener la exigencia de un estudio, de una relación de amistad o en el futuro un trabajo que demande sacrificio personal, corren entonces el riesgo de terminar abandonando ante el primer fracaso, tanto estudio, como amigos o trabajo, sin intentarlo nuevamente. De este modo se estarán formando personas “potencialmente frustradas”.

Cuando se pone límites a los hijos, éstos deben comprender el “porqué” del límite. Si desde pequeños se les van dando razones por las cuales es importante que respeten la autoridad, ya en la adolescencia podrán hacer suyos esos motivos y se adherirán con convencimiento a esa causa.

En la adolescencia, los límites son verdaderos elementos de prevención de conductas adictivas o de cualquier otro mecanismo de riesgo. Porque el peligro para el adolescente no está sólo en el uso o abuso de sustancias o alcohol, sino también en las conductas inmaduras o impulsivas, en la actitud de desobediencia a las normas puestas en la casa y en la sociedad y a la falta de sentido de responsabilidad. La actuación de los padres, en este aspecto, será la de ayudar a sus hijos a ser personas reflexivas y a desarrollar una voluntad férrea que le permita obrar con acierto a la hora de tomar decisiones.

Como padres, es importante tener en cuenta que el amor hacia los hijos es incondicional y que la autoridad debe ser un servicio que se les brinda para que puedan crecer en virtudes, perfeccionarse como personas en la búsqueda del bien y la verdad, camino indiscutido de la felicidad que tanto ansían para ellos.

No hay que esperar que los problemas se presenten. Una educación preventiva permite ¡llegar antes que los problemas!, razón por la cual los padres deben estar presentes, disponibles, porque son los primeros responsables en la educación de sus hijos.

Lic. Cristina Arruti de Alais- Lic. en Organización y Gestión Educativa, Orientadora Familiar, profesora del ICF y Coordinadora de la Escuela para Padres del CERI.

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