Reconocer únicamente a la familia como célula nuclear y constitutiva de la sociedad, pone en riesgo su propia esencia como institución natural, ámbito más adecuado en el que la persona nace – derecho a la vida material y espiritual-, se desarrolla – derecho a la educación para alcanzar su plenitud personal-, y muere – derecho a completar en las mejores condiciones toda la dimensión de su existencia personal-. Así, debido a su esencia, en su seno familiar se es persona, reconocida, acogida y respetada como tal, aceptada sin condicionamientos como ser único e irrepetible. Ámbito más apropiado en el que descubre su identidad y su misión personal de ser lo que está invitada a ser, pudiendo sacar a la luz todas sus potencialidades para encontrar su lugar comprometido en la sociedad y afianzarse.

Debido a la naturaleza dialógica humana, el niño crece y se desarrolla en relación con los demás. Es así, como desde muy pequeño en el hogar, comienza a desplegar sus capacidades de socialización. Por lo tanto la familia deberá asumir su responsabilidad como principal ámbito social de aprendizaje para la convivencia y deberá desarrollar en sus miembros aquellas capacidades que les permitan a futuro, construir junto a otros, nuevas comunidades. Se necesita de un proceso intencional (no casual), en el que se aprendan normas, roles, jerarquías y funciones que luego se replicarán en los diferentes ámbitos sociales o institucionales. Promovido en un principio en la familia y por el centro educativo en su acción subsidiaria, generará en el niño o el joven, una segunda naturaleza que permite el auto-control, la capacidad de comprensión y finalmente, la cooperación por los demás, plataforma para la inserción social. La ignorancia de estas funciones ineludibles, promueven un profundo vacío educativo.

La familia tiene una misión insustituible de promover personas responsables al servicio de la sociedad: la de transformar una sociedad despersonalizada en una sociedad humanizada. De ahí la influencia que proyecta en la sociedad, ya que la mejora personal trascenderá a la mejora social en el entorno en que esté inserta, cooperando con el bien común sobre cuatro fundamentos básicos para la convivencia: la verdad, la justicia, la caridad y la libertad que promueven la aportación cultural entendida como unión moral y establecimiento del pluralismo.

Una sociedad no se comprende a espaldas de la familia, pero tampoco se comprende una familia sin una sociedad en la cual insertarse. Familia y sociedad se implican y retroalimentan mutuamente. Por lo tanto, si buscamos la mejora de la sociedad, el protagonismo familiar es fundamental. Desafío que compete especialmente a los Técnicos en Orientación Familiar, carrera que se dicta en el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral y que ya cuenta con la 7° promoción, preparando profesionales especialistas en temas de familia, insertos laboralmente en diferentes ámbitos educativos, sociales, de la salud, judiciales, etc.

Mag. María Dolores Dimier de Vicente – Directora de la Carrera de Orientación Familiar.