— Por el Mag. José María Randle, familólogo y educador.
El mago, ante la mirada cautivada y asombrada de su público, saca por fin de la galera al conejo blanco que todos esperaban. Aplausos. Este mago, luego de largos ensayos frente a un espejo, sabía cómo iba a realizar el truco, y, por suerte, el conejo también. Ninguno de los dos improvisa nada. Lo mismo que el comediante, quien realiza un discurso ante la mirada atenta de su público, acentuando aquellos elementos que más risa causan, o aquellos que generan un clima especial para remates. Sin embargo, no improvisa su discurso, el cual seguramente fue elaborado con papel y lápiz durante horas, y quizá días, frente a un espejo. Probablemente lo ajusta según la reacción del público en el momento de la función. Fulton Sheen, el obispo que competía con los Beatles en audiencia, destinaba 30 horas de preparación para poder “improvisar” 1 hora de programa.
Como podemos ver: no se puede improvisar, puesto que siempre utilizamos aquellos aprendizajes y hábitos que habíamos adquirido previamente, y los adecuamos a una nueva situación. Esto no quita que podamos aprender o adquirir hábitos nuevos a lo largo de la vida, cuando las circunstancias lo requieran. Nos podemos referir especialmente a aquellas en las que estamos viviendo en estos momentos de confinamiento para prevenir contagios por el COVID-19, que trajo consigo que debamos convertirnos, de la noche a la mañana, en homeschoolers. Así y todo, no podemos improvisar y dar lo que no tenemos. He aquí la importancia de “equiparnos” —y a nuestros hijos— de buenos hábitos, puesto que, ni las grandes entregas, ni las grandes caídas, se improvisan.
Ahora bien, desde la suspensión del dictado de clases presenciales, todos los padres comenzamos a improvisar. En realidad, como venimos viendo, no podemos improvisar, puesto que todos actuamos según aquellos hábitos buenos y malos adquiridos, y, en este caso concreto, actuamos como educadores, buenos o malos, pero en un ámbito puramente familiar o nuclear mínimo, sin otras instituciones que nos ayuden. ¡Habrá que desempolvar nuestros hábitos!
«¡Pero siento que estoy improvisando todo el día!», podría decir una madre, «Estoy tratando de transformar mi casa en un colegio, pero no me sale». Improvisar o no, esa es la cuestión. «¡Antes sólo acompañaba a mis hijos con las tareas escolares, y ahora tengo que ser la maestra, el profesor, el preceptor, la madre y el padre al mismo tiempo!».
¡Tranquilos! Se entiende la preocupación y el desborde. Muchos estamos igual. Pero veamos algunos puntos que pueden ayudar a que no fracases en el intento de ser el maestro-profesor-madre/padre de tus hijos, a que no debas improvisar y a que salgas medianamente ileso o ilesa del intento. En primer lugar, necesitamos preparar nuestro truco, después ensayar frente al espejo y luego salir al escenario.
El truco
En primer lugar, tienes que pensar qué es lo que quieres lograr en tus hijos. Esto seguramente ya lo pensaste, porque es parte de tu proyecto educativo familiar, y seguramente te planteaste alguna vez si quieres que tus hijos sean felices, honrados, bilingües, artistas, generosos, etc., como parte de un proyecto familiar. Ahora bien, en estas circunstancias, deberás repreguntarte, muy en serio, ¿qué es lo que quieres de tus hijos? Teniendo en cuenta que habrá muchas cosas que ya no podrás hacer por el asilamiento o por el cierre de actividades. Este será un buen momento para plantearte si el proyecto que piensas para tus hijos depende solo de cosas externas o está enraizado en un tronco más sólido de relaciones humanas y trascendentes; si este proyecto tiene muchas muletas o puede andar solo; si tus hijos tienen autonomía o debes estar encima a toda hora; si son libres o están teledirigidos por influencias externas.
Llegó la hora de revisar nuestro truco, en profundidad y con seriedad ¿Cómo queremos que sean nuestros hijos? ¿Qué hábitos queremos que adquieran para que no improvisen en sus vidas? ¿Cómo lo estamos planteando? Pensemos en lo que realmente es necesario para nuestros hijos. Debido a las circunstancias, no podemos quedarnos con cosas chiquitas.
Ahora bien, entre esos hábitos que queremos que nuestros hijos adquieran, debemos prestar especial atención, en estos momentos de crisis, y fuera de toda crisis también, a la generación de espacios y rutinas que permitan la adquisición de otros hábitos. Habrá, pues, que poner horarios pautados, a fin de que nuestros hijos encuentren el momento de realizar su esfuerzo continuado por medio del estudio o realización de tareas asignadas por el centro educativo o propias de la casa; delimitar y limitar los tiempos del uso de la tecnología; pensar momentos comunes de esparcimiento, preferentemente poco reglado o libre; momentos de comunidad, como las comidas familiares, etc.
Parece sencillo, pero ¡cuánto cuesta mantenerlo día a día! Sin ninguna duda cuesta, pero nadie dijo que fuera fácil. Lo alentador es que son hábitos inmunes a la crisis, incluso a la edad.
Por otro lado, tenemos que entender que el hogar no es un centro educativo. O, mejor dicho, sí lo es, pero no formalmente. Si bien los padres son los primeros educadores de sus hijos y la escuela de modo subsidiario colabora con los padres en la educación y formación de los niños y jóvenes, no podremos recrear el escenario de un colegio en casa, cosa que tampoco es necesario. Seguiremos las indicaciones del colegio, por supuesto, pero la casa sigue siendo una casa de familia, y no debe transformarse en un colegio. Tendremos que marcar rutinas especiales para que hagan sus tareas escolares y sigan lo pautado con el colegio, pero con el ambiente familiar de siempre. Los padres no pueden recibirse de maestros en 14 días. ¡Harán solo lo que esté a su alcance, sin agobiar ni agobiarse! ¡Los hijos necesitan padres sanos!
Ensayo
Después de haber pensado el truco, vamos a ensayar… aunque esta vez los conejos serán sus hijos y ustedes mismos.
En primer lugar, tendrán que ensayar el truco frente al espejo. Esto implica que revisen sus hábitos como padres, puesto que sus hijos adquirirán sus hábitos en la medida en que los vean en ustedes. Es un buen momento para revisar hábitos y conductas, y compararlas con el “espejo del truco” que habían pensado como proyecto educativo familiar. ¡Recuerda que nada se improvisa! ¡Debes estar a la altura de las circunstancias!
En segundo lugar y llegada la “hora de clase”, tendrán que pautar lecciones breves, de unos 20 minutos (especialmente en los más chiquitos y aquellos que no posean el hábito de estudio), en un lugar de la casa donde estén habituados a hacer las tareas. Insistir en el trabajo serio, pausado y bien hecho. Evitar distractores, como mensajes llegando al celular de mamá, o el hermano mayor jugando a los gritos. Hacer recreos cortos, pero seguidos, si es posible al aire libre. Evitando todo tipo de pantallas durante la recreación, y durante la mayor cantidad del tiempo en casa, puesto que no ayudarán mucho para el desarrollo de la atención, la imaginación, el vocabulario y la voluntad.
Premiar las buenas conductas o logros obtenidos, haciendo foco en los esfuerzos, no tanto los resultados. En este aspecto conviene la individualidad, tanto en la felicitación como en la corrección, de ser posible.
Promover una gradualidad en el aprendizaje, no todo se puede aprender de una sola vez ni en un solo día. Gota a gota. Lo importante es formar el hábito. En esto irán encontrándole el tiempo a cada hijo para realizar sus actividades, su ritmo de aprendizaje y sus buenas y malas cualidades. Pero tranquilos, esto es un ensayo. Hay tiempo para corregir y ajustar lo que mejor le calza a cada uno.
Función
Llegado el momento de la función, solo tendrán que poner en práctica aquello que saben que da buenos resultados, porque ya pensaron su truco, su proyecto educativo familiar y los hábitos que quieren desarrollar; lo ensayaron y lo compararon con sus propios hábitos, implementaron ciertos hábitos sencillos, pero continuados en el tiempo; ahora sólo resta salir al escenario. Aquí tendrán que vencer los miedos que pueden asaltarlos. Si están o no haciendo bien las cosas. Si están exigiendo demasiado. Si es normal perder la paciencia, etc. ¡Tranquilos! Es muy difícil que, con un proceso así de concienzudo, se equivoquen. Y aunque les pase, estarán haciendo aquello que pensaron que era lo mejor para sus hijos. Después de todo, no puede ser tan malo.
Tendrán también que vencer el cansancio de estar en función muchas horas del día. Puesto que la obra que eligieron interpretar es una obra en un solo acto, desde la mañana hasta la noche. Para esto, necesitarán un buen apuntador que vaya diciéndoles cómo van, y que puedan hacerlo con él, y descansen juntos revisando el guion, siendo fieles a la intención del Autor. Lo importante es no bajar los brazos. Si sabemos a donde queremos llegar, haremos el esfuerzo destinado solo a ese día, perseverando, avanzando poquito a poco hasta la meta. ¡De un día a la vez! Pero sin perder el rumbo ni el tiempo.
Como podrás ver, no es posible ser homeschooler en 14 días. Pero sí se puede ser un hogar que educa, principalmente con el ejemplo y luego con las acciones, como se pueda buenamente y como salga, pero buscando siempre lo mejor para los hijos. Y no por 14 días, sino para la eternidad. ¡A no desanimarse!