Por Susana Stock, orientadora familiar y licenciada en Ciencias para la Familia.

 

Cuando menos lo esperamos, se nos presenta la oportunidad de demostrar aquellos valores y principios que aprendemos en la vida familiar. Vale la pena destacar, y estos tiempos de crisis lo permiten, la importancia del rol educativo de la familia como formadora de personas.

En períodos de bonanza, entender que el niño de hoy es el adulto del mañana, parece ser una utopía y una extrañeza para muchos. Como orientadores familiares y/o educadores, hacer pensar a quienes nos consultan sobre la necesidad de fortalecer a la familia como ámbito de transmisión de valores es una tarea casi titánica, aún si el tema surge en una charla de café con amigos. Pareciera que hablar de valores es antipático y de familia, muy polémico. Pero, así y todo, hay cuestiones que son transversales y hace falta discutir para entender y sentar precedentes de que, nada de lo que sucede es porque sí.

Tanto el respeto y la responsabilidad como la humildad y la paciencia son valores que se fomentan y se enseñan con el ejemplo. De adultos a niños. De maestros a alumnos. De padres a hijos. No habrá mejor recurso pedagógico que el ejemplo. Los niños siempre están más atentos a lo que hacemos como padres que a aquellos discursos interminables y repetitivos que solemos dar. Pero, inmersos en nuestro mundo de adultos, seguimos vociferando sin dar cuenta de que, a pocos minutos, están offline. Ver para imitar pareciera que es el modo más práctico y menos oneroso, pero, en efecto, el más nutritivo.

Debemos saber llegar a nuestros hijos, desde temprana edad, el respeto hacia uno mismo y hacia el otro. El ejemplo que les ofrecemos en cómo nos cuidamos en salud, en la elección de nuestros amigos, en los compromisos asumidos. En cómo tratamos a nuestros adultos mayores, a la autoridad (policía, jefes y maestros), a nuestros pares y también, a ellos. El respeto a nuestros hijos y a nuestra familia es la prueba más contundente de lo que implica ser respetuoso y tener respeto. Lo mismo sucede con la responsabilidad. Si como padres somos responsables frente a nuestras obligaciones en la vida cotidiana, nuestros hijos nos imitarán en sus acciones. El hacernos cargo de nuestras decisiones y sus consecuencias, habla de uno como persona de bien, y nos orienta a realizar actos reflexivos.

Sobre la humildad, podemos escribir renglones y renglones. Pero me remito a la humildad, en su acepción como ausencia de soberbia. ¡Qué importante es ser y enseñar a ser humilde! Nos permite pararnos frente a la adversidad sin la soberbia de creernos omnipotentes. De saber pedir ayuda, de escuchar a quien más sabe y de aceptar la alteridad. Ser humildes nos conecta con lo más simple y genuino de uno y de otros. Hablar hoy de paciencia, en la era de la inmediatez, suena raro. Una virtud que poco abunda, pero nos facilita desarrollar la capacidad de espera, de tolerar la frustración ante lo inesperado y de ahondar por caminos sinuosos en búsqueda de la verdad. ¡Cuánta paciencia necesitamos los padres para educar a hijos amenazados por tantas subculturas e ideologías!

A pesar de tanto, el poder que tenemos a nuestro alcance como padres, no se iguala ni se le acerca a ningún otro. Solo tenemos que estar convencidos de lo que somos capaces de ser y hacer por nuestros hijos, de lo que implica vivir en familia y tener una familia que guía, protege y brinda los medios para ser personas íntegras. Sin embargo, muchas veces, escapamos de esta oportunidad de ser padres y de educar a nuestros hijos en estos valores que sabrán vivir de adultos.

La emergencia de hoy nos expone a situaciones vitales y críticas. Nos interpela a ser personas valiosas con la mirada puesta en el bien común. Construir la mejor versión de cada uno, no es tarea fácil ni se logra de un día para el otro. Se trata de transitar las luces y las sombras de la vida desplegando las potencialidades y capacidades que nos han sido dadas y que nuestros padres han sabido testimoniar a lo largo de la vida y transmitiremos a nuestros hijos de la mejor manera: con el ejemplo.
Un niño cultivado sabrá ser un adulto respetuoso, responsable, humilde y paciente. No perderá de vista su bienestar, pero tampoco la de su prójimo. Su ejemplo solidario se verá configurado en hacer lo que deba hacer en función de un bien mayor.

Hoy la humanidad está angustiada y paralizada frente a lo impredecible, a lo imprevisible y a lo invisible. Como parte de ella, nos toca ser la mejor versión. Con la mirada puesta adelante y la mano extendida hacia a un lado, para caminar juntos hacia la esperanza de qué lo mejor, está por venir. Y está en cada aporte persona que esa esperanza, nos llegue.

Pongamos lo aprendido al servicio de los demás. Pongamos nuestros esfuerzos como adultos responsables, en la educación de nuestros hijos. En una vida familiar participativa y próspera en la cual cada uno es su mejor versión. Muchas mejores versiones, hacen un mundo mejor.