«El riesgo de la violencia anarquista»

Defensa Mariano Bartolomé

 

El Dr. Mariano Bartolomé, profesor de la Escuela de Política, Gobierno y Relaciones Internacionales, analizó para La Nación los desafíos en materia de seguridad de cara a la próxima cumbre del G-20.

 


 

 

 

 

 

 

Los recientes atentados anarquistas perpetrados con dispositivos explosivos caseros en el cementerio de la Recoleta y la vivienda del juez Bonadio, más allá de la llamativa impericia de sus autores, nos recuerda que la próxima reunión cumbre del G-20 en Buenos Aires, a la vez que constituye una excelente oportunidad para fortalecer las aspiraciones gubernamentales de reinsertar el país en los circuitos decisorios claves del tablero internacional, conlleva enormes desafíos en materia de seguridad. Uno de ellos, tal vez el menos comentado, es al mismo tiempo el de mayor probabilidad de ocurrencia: desmanes e importantes destrozos en la ciudad de Buenos Aires, incluyendo enfrentamientos con las fuerzas policiales y de seguridad. En el centro de esta articulación se encontraría una entidad prácticamente desconocida para los argentinos, aunque tristemente célebre en otras latitudes, el llamado Bloque Negro (Black Block), al cual adheriría el joven responsable del ataque a Bonadio según algunas lecturas.

El Bloque Negro remite a grupos anarquistas altamente radicalizados, que despliegan sus acciones violentas en el marco de las convocatorias del Movimiento Antiglobalización, un conjunto bastante ecléctico de colectivos de diferente extracción que comparten el rechazo al fenómeno globalizador, al cual asignan un corte ideológico neoliberal, la carencia de contenidos éticos y una profunda inequidad. Desde hace casi veinte años, los antiglobalizadores convocan a multitudinarias movilizaciones de miles de participantes en ocasión de las grandes reuniones de la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el G-8 y, concretamente, el G-20.

La violencia está presente en los despliegues del movimiento desde la histórica manifestación realizada en las calles de Seattle a fines de 1999, en ocasión de celebrarse allí una reunión de la OMC. Desde esos momentos, sus niveles se han incrementado de manera progresiva. En ese salto cuantitativo jugó un importante papel el Bloque Negro, cuyos miembros se visten totalmente de ese color con el doble objetivo de intimidar a la ciudadanía y dificultar su identificación por parte de las instituciones estatales. Se desplazan en masa, aunque con movimientos claramente coordinados, y no solo no rehúyen el enfrentamiento con las fuerzas policiales, sino que parecen propiciarlo. A la hora de seleccionar los blancos de sus acciones violentas, suelen priorizar empresas transnacionales icónicas de la globalización capitalista.

En el cónclave que el G-20 celebró durante 2017 en Hamburgo, estos grupos encabezaron una oleada de violencia que redundó en destrozos, saqueos de tiendas, incendios intencionales de inmuebles y vehículos, cientos de detenciones temporales y arrestos. Nuestra lejanía geográfica de los grandes centros de poder no debe ser considerada un atenuante, teniendo en cuenta que el Bloque Negro realizó numerosas acciones vandálicas en Brasil en ocasión del último Campeonato Mundial de Futbol. Más cerca en tiempo y distancia, en septiembre del año pasado, propaganda y vestimenta del grupo en cuestión fueron halladas en la ciudad de Córdoba, en el marco de un allanamiento.

En vísperas de constituirnos en anfitriones de los más importantes mandatarios del orbe, los atentados de la Recoleta y contra un juez federal le recuerdan al Poder Ejecutivo que no debe subestimar el peligro que conlleva la violencia política anarquista, resignificada en tiempos de globalización.