11 de septiembre de 2021
La acumulación de crisis en el sistema internacional
El 11 de septiembre del 2001 fue el principio de una segunda “crisis de los veinte años”, parafraseando al historiador británico Edward Carr, quien miraba con desazón la acumulación de errores cometidos por los vencedores de la Primera Guerra Mundial a partir de 1919.
*Por Juan Battaleme, profesor de la Maestría en Relacciones Internacioanles.
Publicado en Perfil.com
El 11 de septiembre del 2001 fue el principio de una segunda “crisis de los veinte años”, parafraseando al historiador británico Edward Carr, quien miraba con desazón la acumulación de errores cometidos por los vencedores de la Primera Guerra Mundial a partir de 1919.
El ataque implicó el final del optimismo de la globalización de libre mercado impulsada por Estados Unidos en su condición de “hegemonía benigna” al final de la guerra fría. A partir de esa fecha se produce un cambio en la conducta norteamericana: entramos en una unipolaridad unilateral y agresiva, frente a la etapa previa de expansión institucional multilateral y -si se quiere- consensual.
Al-Qaeda. Desde la periferia turbulenta se provocó el primero de una serie de shocks estratégicos que caracterizaron estas dos décadas: Al-Qaeda lograba un suceso que ninguno de los rivales más formidables -como lo fueron la URSS, el Japón imperial o la Alemania Nazi- habían logrado: dañar el centro de poder financiero, cultural y militar del planeta. Esa fue la dimensión del “éxito” de Al-Qaeda; inaugurando así, una época de operaciones militares de larga escala, acciones de inteligencia encubiertas, y escándalos que provocaron un lento y progresivo desgaste del liderazgo norteamericano. Ahora que se hace el balance muchos se preguntan quien gano la guerra contra el terrorismo, sin una respuesta clara.
Al Qaeda, ISIS, los Talibanes y una infinidad de grupos afiliados o relacionados se transformaron en el rostro del enemigo en la primera mitad del Siglo XXI. La victoria sobre Afganistán fue rápida, pero no sencilla. En sus inicios la misión tuvo dos objetivos claros: terminar con Al-Qaeda, y remover del poder a los Talibanes. Luego se transformó en una operación que debía evitar que dicho país se transformara en refugio de terroristas. Hasta el 2003, Estados Unidos era considerado una fuerza de liberación frente a un régimen opresor. Sin embargo, el éxito inicial se transformó en frustración constante cuando Bush obedeciendo al dictado ideológico neoconservador, decidió comenzar la guerra de Irak, desviando recursos hacia una guerra por elección y no por necesidad.
Sin legitimidad. Con la ocupación de Irak comenzó a perderse Afganistán. Ambas campañas enfrentaron el mismo resultado: un creciente grado de deslegitimación en la comunidad internacional, frustración doméstica, en especial militar, y una ciénaga política devoradora de recursos. En Irak se hizo famoso el acrónimo militar “CPA” (Can’t Provide Anything) que era justamente como se conocía a la Autoridad Provisoria de la Coalición. En Afganistán el proceso de construcción del Estado y la formación de fuerzas militares hizo aparecer otro acrónimo: VICE (Empresa Criminal Integrada Verticalmente). El ejercito afgano y sus autoridades políticas pasaron a ser parte del problema a los ojos de la población, y los norteamericanos sufrieron las consecuencias del apoyo que brindaron a lideres como Karzai o Ghani. La respuesta del desmoronamiento del ejercito afgano se encuentra en la corrupción de sus comandantes, y no en la fiereza de sus hombres, que sencillamente no tenían por quien pelear. El gobierno colapsó por la misma razón.
Corolario: Estados Unidos dilapidó monetariamente su posición unipolar. Tal como lo muestra el Watson institute de la Universidad de Brown, gastó en total 8 trillones de dólares en la Guerra contra el Terror. De ese total, 2.100 millones se destinaron a operaciones especificas en Afganistán, Siria, Irak, Pakistán, y contingencias varias en todo el mundo.
Si bien el esfuerzo monetario provino del presupuesto federal, el mayor número de bajas la sufrieron los contratistas militares, quienes en ambos teatros de operaciones perdieron 8.189 hombres frente a los 7.052 que vestían el uniforme norteamericano. Épocas de guerras subrogadas y post heroicas, como lo describen Andreas Krieg y Jean Marc Rickli o Edward Luttwak.
Crisis del relato. La externalización de los costos de la guerra en contratistas, drones y armas guiadas que permitan continuar la acción militar, reduciendo la huella humana de los conflictos y por lo tanto las explicaciones a la base política, abrió nuevamente una etapa de ocultamiento deliberado.
En 2019 el Washington Post publicó “At war with the truth” -En guerra contra la verdad- señalando la tensión entre la narrativa oficial que se mostraba al público y las discusiones que se daban entre el poder militar y el poder político; una grieta de la cual los republicanos se supieron valer. El General Michael T. Flynn, fallido asesor de seguridad nacional de Trump, Stanley McChrystal, o H.R. McMasters chocaron con la administración Obama por decir una verdad desagradable: “No sabemos qué estamos haciendo en Afganistán y carecemos de liderazgo político”.
En estos veinte años Estados Unidos pagó caro en términos de poder blando sus contradicciones y abusos de poder. Bradley Manning mediante, Julian Asange, y más tarde Edward Snowden, demostraron cuán extenso era el programa de interceptación de comunicaciones que Washington tenía sobre enemigos, aliados y los propios norteamericanos como consecuencia del 11-S.
Esto expuso la doble vara de la política internacional. Las conversaciones a múltiples bandas y las decisiones que se toman a espalda de las sociedades, aun en las democracias más avanzadas e institucionalizadas del planeta, alentó una idea muy poderosa en la política actual que es explotada por las posiciones extremas: el llamado “estado encubierto”. la idea por la cual se acabo el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que le valió millones de seguidores a Donald Trump. Un número importante de veteranos de ambas guerras se sumaron a sus filas y tuvieron una participación en los eventos que condujeron a la toma del Capitolio, a los efectos de cumplir con su juramento de defender la constitución norteamericana de los enemigos externos e internos, traumas de dos largas guerras.
Bush-Obama-Trump-Biden. Veinte años no es nada dice una estrofa del tango Volver. En términos de la trayectoria estratégica, el siglo XXI continuo con la estrategia expansiva pero ahora en manos de los neoconservadores. Conocida como la “Estrategia de la gran transformación” fue la versión sajona del “Síganme los buenos”. Bush definía el mundo en esos términos post-11-S. La llegada de Obama planteó algo distinto y atípico para una nación como Estados Unidos. “Liderar desde atrás”. Sin embargo, expandió la guerra contra el terrorismo en varios frentes, siguió hasta donde pudo con la campaña de contrainsurgencia para terminar con una de contraterrorismo. Tuvo el éxito más importante de dicho esfuerzo: 10 años después daba muerte a Osama Bin Laden y comenzó con un repliegue parcial de Afganistán y terminó la guerra de Irak, lo cual dio origen a la pesadilla de Estado Islámico. Obama fue, a todas luces, el último presidente de la Unipolaridad.
Trump va a correr sobre un conjunto de insatisfacciones domésticas, basadas en la crisis económica del 2008, pero que hábilmente va a relacionar con las guerras interminables de Irak y Afganistán. Volver a casa y hacer América grande nuevamente fue el mensaje de un presidente acusado de diletante, pero que puso el foco en la amenaza de China y la competencia de los grandes poderes. Rusia y China ya operaban globalmente a sus anchas en detrimento de los intereses norteamericanos a punto tal de interferir en el propio proceso electoral de ese país.
La pandemia terminó el extravagante experimento de Trump dando lugar a la doctrina Biden, la cual es una de clausura de la guerra iniciada en 2001. La guerra contra el terror no arrojó un claro vencedor, pero si múltiples perdedores. Estados Unidos decidió dar vuelta la página. Los talibanes regresaron al poder en un raro, pero no poco común bucle de la historia. El repliegue de Kabul debe ser visto con cuidado; caótico como fue, supuso un Dunkerke moderno. Las fuerzas militares norteamericanas rescataron de las fauces de los talibanes 105 mil almas que al menos tienen la chance retomar sus vidas en libertad, un éxito frente a una perspectiva desoladora. El 11-S fue una prueba para el orden liberal del cual su paladín defensor sale con demasiadas magulladuras y posiblemente reprobado. Lo que vendrá no será pura incertidumbre, pero no necesariamente algo mejor o superador.