HegemoniaEN EL MOMENTO EN QUE EL POLÍTICO PROMETE UN CAMBIO A PARTIR DEL LENGUAJE, UNA NUEVA REALIDAD SE INSTALA EN LA SOCIEDAD.

Por Mario Riorda, director de la Maestría en Comunicación Política de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

Este debate es provocador y puede caer en tentaciones. Por eso lo primero es delimitar qué se entiende por hegemonía.

El concepto histórico alude a una supremacía y poder absoluto. Desde lo militar o la geopolítica, implica una relación de poder con asimetría, más cerca de la sumisión que del consenso. No. Eso no se condice con el juego democrático ni con Cambiemos.

Sin embargo, desde perspectivas históricas supo entenderse como un estado de superioridad moral o dirección intelectual. Algo muy cercano a la legitimación de políticas para obtener consenso. Esto tiene que ver con la cultura política y requiere una orquestación de factores para que un liderazgo preponderante eventual, lo sea en lo político y en lo moral. Hoy Mauricio Macri, indiscutiblemente lo está teniendo. Esto no debe dejar afuera la idea de que todo consenso siempre trae márgenes de disenso.

Pero se sabe que la narrativa política gira en torno al relato. Y los relatos se construyen, como la realidad también se construye. En el momento en que el político promete un cambio a partir del lenguaje, una nueva realidad se instala en la sociedad. Y se trata de un proceso, continuo y dinámico donde las emociones también juegan un rol activo. Es imposible construir realidades si no hay una previa construcción, aunque incipiente, de la confianza. Cambiemos la tenía y la afianzó.

Exige también una narrativa coherente que haga posible la transmisión de esos sentimientos que construyan esos lazos de confianza. Jamás parte de una voluntad descontextualizada aunque este gobierno esbozó un mito de gobierno que todavía no está plasmado. Lo prometió para ahora, para lo que viene. Lo insinuó con gradualismo. En comunicación política, el mito de gobierno es un elemento unificador que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas. Cambiemos ha recibido un crédito enorme para dar vida a su relato.

Y ese crédito tiene aires favorables desde un clima de opinión favorable. Esto refiere a las corrientes de opinión predominantes en una sociedad. Desde esta perspectiva, la opinión pública constituiría, más que “lo que la gente piensa”, “lo que la gente piensa que piensan los demás”. Cuando la gente piensa lo que piensan los demás, aparece la influencia. ¿Qué rol tienen los climas de opinión? Frenan o aceleran los asuntos y las políticas. Con ellos las políticas se hacen realidad o se frenan. Los climas de opinión encuadran lo políticamente aceptado o lo rechazado. Y hoy el gobierno recibió un envión para acelerar.

Pero un clima de opinión, el que explica el tan buen desempeño electoral de Cambiemos, no necesariamente habla de un clima de época. Éste habla de épocas. Son situaciones más estables. Es la experiencia de un clima cultural dominante que define una era, un periodo particular en la historia. Podría decirse que se refiere a la ética y moral de una era y un lugar, como también al espíritu colectivo de un tiempo y espacio como reflejo de su cultura. ¿Puede Cambiemos transformar ese clima de opinión en un clima de época? Sí, pero estará asociado a ver como sus políticas se plasman en favor o no de los argentinos.

El clima de época habla de la postura sobre más estado o más mercado; valores dominantes, esquemas de representación; cambios de hábitos que llevan tiempo en consolidarse; cambios de currículas educativas; nuevas conductas sociales; establecimiento de nuevas agendas de derechos u obligaciones; o movimientos culturales o sociales de gran intensidad. Tiene mucha relación con la ideología, más asociada a movimientos lentos más propios de los climas de época.

Estos fenómenos, por más voluntarios y deliberados que sean, no pueden construirse como un acto unilateral, rápido y unidireccional. Ni del gobierno en particular, ni de actores del sistema de medios. Llevan tiempo y acarrean desafíos.

Cambiemos tiene ahora un desafío, que es superar su identidad como contracara del kirchnerismo, para mostrar políticas que solidifiquen la expectativa del cambio expresada contundentemente en votos. A su modo, ha expresado un progresismo sostenido en expectativas que no tiene eje en la izquierda, sino en las inversiones y en el aumento de la productividad. Habrá que ver.

Lo cierto es que Mauricio Macri sigue representando cambio. Desde todo punto de vista. Y cambio de políticas es lo que se espera. Y si las expectativas eran grandes, ahora serán mayores. Pero para gestionar adecuadamente las expectativas, en general los gobiernos deben centrarse en la vida concreta de la gente. Y ahí Cambiemos está teniendo un déficit desde el resultado de sus políticas.

El presidente mexicano Peña Nieto arrancó su gobierno con un estilo comunicacional con un altísimo nivel de expectativas apelando a un abrupto cambio de época y estilo, a grandes reformas y una acción publicitaria montada en el exterior posicionando de a poco a Peña Nieto como líder internacional. Muy similar a lo que pasa aquí. Fue eso mismo lo que empezó a constituirse en su talón de Aquiles, porque a pesar de algo de buena recepción en sectores de la prensa local e internacional, la implementación de las reformas lleva tiempo y no se traducen fácilmente en beneficios ciudadanos.

Por eso es importante analizar la gestión de expectativas y ciertas metas que el actual gobierno argentino se autoimpuso para reconocer cierta analogía con aquel contexto y, en sentido constructivo, evaluar los riesgos de la gestión de un optimismo abstracto versus los resultados de las políticas concretas.

Cambiemos pasó su primera elección de característica plebiscitaria y sigue demostrando que su capacidad de impacto tras asumir el gobierno es altamente significativa. Que su cambio está cambiando de verdad a la opinión pública, a las políticas públicas y también al sistema de partidos. Rompió con el anclaje urbano centralista del país y amplió significativamente su esfera de influencia en las provincias donde mayoritariamente el peronismo siempre tuvo mejores performances. Y este, para peor, tuvo una performance que le quita mucho poder para competir en las próximas presidenciales con chances.

Desde el costado de la opinión pública, el presidente Mauricio Macri mantiene -en su imagen personal- una alta aceptación pública, y aunque menor, también la gestión. Tener alta aprobación no siempre habla de todo lo bueno, pero de arranque descarta que todo sea malo (al menos para mayorías). Aún en términos comparativos (con el contexto latinoamericano), Macri se ubica dentro de los presidentes más valorados del contexto.

El antropólogo George Balandier ya nos dijo que no hay que olvidar que el poder está sometido a las amenazas de la verdad, que hace añico la cortina de las apariencias. Mermará algo la eficacia de “revisionismo de políticas”, ahora arranca el tiempo de los consensos para las reformas. Las políticas parecen hablar hacia dónde va el gobierno en términos ideológicos aunque alguna hibridez de las mismas le quita claridad a una ubicación ideológica explícita.

El ciclo recién inicia. Se trata del largo plazo y la política son ciclos. La historia de la política son ciclos. Apenas van dos años desde que Cambiemos asumió. El gobierno ha dejado claro que tiene un estilo y con este estilo ha logrado gobernabilidad. Habló la Argentina con sus votos, ahora se verá a las políticas y sus resultados porque, paradójicamente, Arthur Schopenhauer alerta: «El cambio es la única cosa inmutable».

Fuente: Perfil.com