02 de July de 2018
Tanto el Gobierno como el sindicalismo están sumidos en fuertes procesos de descrédito. Además, ambos actores tienen estrategias erráticas y poco efectivas.
Por Mario Riorda, director de la Maestría en Comunicación Política de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.
El paro es una puja de agendas. Es una puja de impotencias frente a un Gobierno y a un sindicalismo sumidos ambos en fuertes procesos de descrédito. Y es también una puja de impotencias porque ambos actores tienen estrategias erráticas y poco efectivas.
El sindicalismo tiene enormes encrucijadas en su seno. La aceptación de su reclamo es muy alto. Es muy poca la población que no entiende ni comparte la justicia del reclamo porque también es muy poca la población que no admite que hay una crisis económica y que esta impacta fuertemente en el asalariado.
Sin embargo, hay serias dudas sobre su efectividad en la defensa de los reclamos salariales. Estas medidas de fuerza son ruidosas pero no siempre efectivas. A pesar de los reclamos, el poder adquisitivo decrece y los aumentos salariales pierden frente a la inflación y con la aceleración de la devaluación.
A eso se le suma un alto rechazo de sus formas en la mayoría de la población. Piquetes, cortes y movilizaciones no son acciones que sumen más adeptos, al contrario, recolectan más rechazo sociales. Y ni hablar de la bajísima credibilidad social de sus líderes. De todos, sin matices. De los conocidos y de los no tanto. Para colmo los líderes no tienen bajo control a todos los actores que se van sumando al reclamo cada vez más variopinto, incluyendo la coherencia de su discurso y la garantía de lo pacífico de sus actos.
Es obvio que la acción sindical colectiva produce un impacto político significativo, pero no se traduce en reacomodos o beneficios electorales.
Probablemente genere una tendencia a unificar procesos paritarios en torno a cifras más altas y homogéneas. Las palabras de monseñor Jorge Lugones, presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social (Cepas), fueron muy directas: “No puede ser que a algunos trabajadores se les dé un 25 % de aumento y a los docentes un 15 % en tres cuotas”.
Por otro lado, el Gobierno también se enfrenta a encrucijadas. Una, es hacer ver que el reconocimiento de las élites políticas, económicas o del multilateralismo internacional se traduzca en un reconocimiento nacional. Es, al mismo tiempo, una puja de agenda, donde la economía macro apuntalada desde el mundo, también sea valorada en la ciudadanía argentina.
El ministro del Interior dice que el paro “no tiene ningún sentido”, que “ni la gente sabe por qué están parando”. Aunque el Gobierno está empecinado en mostrar que la regularidad le interese, este tipo de afirmaciones no achican la brecha de agendas.
El 52 % cree probable perder su trabajo en el corto plazo según el Monitor del Clima Social del Centro de Estudios Metropolitanos en AMBA. Igualmente, “trabajo” pasó a ser la principal preocupación entre los problemas del país en diferentes encuestas del norte del país en estas semanas.
Con el mismo direccionamiento “trabajo” fue la palabra dominante en la conversación digital en torno al Gobierno del 17 de junio al 24 de junio, según Q Social Now. Más alta que “inflación” incluso. Más aún, las emociones “ira”, “aversión” y “miedo” sumaron el 70 % de las menciones en redes. Mientras que las emociones de “confianza y alegría” el 30% restante en la misma semana y en relación al gobierno. Es curioso, casi el mismo porcentaje que rechaza el rumbo de la economía y sus efectos.
Esto explica la mala imagen del Gobierno que le otorga poca credibilidad política y un abrumador descrédito económico.
Pero es curioso, el impacto político adverso del paro también electoralmente abroquela a su núcleo duro de votantes en torno a 30 puntos, menos que antes pero inconmovible a los movimientos económicos. En el frente, nadie puede adjudicarse la representación del descontento.