La profesora y graduada Sonia Budassi ganó el primer premio del concurso literario del Fondo Nacional de las Artes, en la categoría Cuentos. ¿Su obra triunfante? Animales de compañía. En esta entrevista, enterate más sobre el detrás de escena de la escritora y sobre su libro inédito.

1002 fueron los autores que compitieron en esa categoría. No corrían con los pies sino con los dedos. No avanzaban dando pasos, sino tecleando, borrando y reescribiendo. No tuvieron la ovación del público, sino la mirada minuciosa de un prestigioso jurado. Está bien, no eran ellos los que corrían, pero sí sus obras -casi como hijos- en este certamen literario del Fondo Nacional de las Artes.
Y llegó primero un libro de cuentos -nunca antes leído- bajo el título Animales de Compañía, escrito por Sonia Budassi. Escritora, periodista, graduada y profesora de la materia Géneros y Estilos Creativos en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. 
Nos acercamos después del triunfo. ¿Orgullo australino (esa mezcla de pecho inflado y frente en alto, como cuando a alguien de la familia le va muy bien)? ¿Curiosidad por su libro? ¿Qué es lo que nos movió a hacer esta entrevista?

 

Sí, todo eso y, además, el poder ofrecer la oportunidad de entender el mundo profesional de una abanderada de la pluma. Lean y decidan si quieren sumergirse en este apasionante mundo de las letras o, mejor dicho, de los relatos.

 

-¿Cuál es la temática del cuento Animales de compañía? ¿Cuál fue el detonante para escribir sobre este tema?

Son historias atravesadas por distintas formas de animalidad rural y urbana. Hay relatos con conflictos vinculados a la militancia proteccionista en escenarios como una ONG global y sus contradicciones y relaciones de poder, y conflictos afectivos en ámbitos laborales, parejas y familias donde suele haber mascotas que operan de distintas maneras, de modo simbólico a veces y otros como personajes relevantes en el avance de las tramas, desde una laucha que aparece en una casa, hasta gatos y perros o escenas que se dan en reservas de fauna exótica o tráfico de animales y su vinculación con el turismo y la idea de vacaciones y su imperativo de «pasarla bien».

 

-¿Cuánto tiempo te llevó desde que empezaste hasta la última versión del libro? ¿Qué oportunidades profesionales te abre haber ganado este reconocimiento?

Desde la escritura hasta el armado final y corrección, creo, habrán pasado casi dos años; en el medio descarté cuentos, publiqué algunos en otros lados, entonces no los incluí al mandar el manuscrito inédito de relatos al concurso. La verdad, la carrera literaria no es un tipo de vocación y trabajo que estén muy estructuradas con los parámetros de otros oficios. Con perdón de la metáfora deportiva: si bien hay algunos puntos de contacto como “entrenar” o sea escribir, leer, reescribir el concepto de avance lineal es bien otro. Digo, no existe una estructura más que la disciplina propia en la mayoría de los casos, en especial en nuestro país, y vinculados a la creación de ficción. Entonces, el “empujoncito” lo dan este tipo de premios, que son, también, muy pocos. Si bien yo ya tengo libros publicados, este tipo de reconocimientos que vienen además de presentarse con seudónimo, con un jurado prestigioso, son un aliciente para seguir escribiendo, publicando, un empuje que hay que tomar desde luego, con humildad aunque sea una alegría.

 

-¿Cuándo empezaste a escribir?

En la primaria escribía poemas horribles; y leía lo que encontraba (que es parte de escribir). En la secundaria me di cuenta de que para escribir debía resignar tiempo al ocio: dejar de, por ejemplo, hacer un plan con amigas para quedarme corrigiendo o creando un texto. Es una disciplina que mantuve hasta hoy. Sin tanto sacrificio, pues lo hago porque siempre me hizo feliz. La imagen del escritor atormentado no me identifica (aunque a veces sí “sufra” un poco, porque no me gusta algo, o sienta que no llego al resultado que esperaba, etc.).

 

-Hoy, ¿a qué te dedicás?

Trabajé como editora de Revista Anfibia, luego en Ñ, la revista de Cultura de Clarín, y ahora soy editora de la revista de Ideas y Cultura de Diarioar, un proyecto periodístico nuevo, que me parece muy interesante.

Al mismo tiempo, escribo reseñas literarias para revista Acción y colaboro con críticas culturales y crónicas en varios lados: Anfibia, Crisis, Panamá, y otras revistas de afuera. Ahora estoy escribiendo un artículo sobre la novela El tren subterráneo del ganador del Pullitzer, Colson Whitehead, y su adaptación a serie en Amazon. Otro vicio laboral es dar clases: además de dar talleres de escritura para distintas instituciones y clínicas individuales doy clases en la Austral y en la Maestría de Periodismo Narrativo de la Universidad Nacional de San Martín.

 

-Termina una clase de Géneros Creativos y un alumno te pregunta: «Sonia, ¿la pluma es rentable?». ¿Qué le dirías?

Ser consciente y pensar la forma, las estructuras, los subtextos de un relato sirve para cualquier área de la comunicación a la que nos dediquemos. Genera un tipo de pensamiento “todo terreno” que implica tanto saber cómo persuadir hasta cómo generar preguntas y leer panoramas de manera no ingenua. Ahora, si el estudiante me preguntara si escribir ficción es rentable le diría que no. Siempre ha sido así. Es un camino trabajoso en esos términos. Pero si la pasión está, soy partidaria (aunque no ha sido mi caso pues todos mis trabajos se vinculan a la literatura) de trabajar, en última instancia, de otra cosa y dedicar todo el tiempo libre en perfeccionar la propia escritura. Pienso en el escritor argentino Juan Filloy que era juez, o en Félix Bruzzone, que vive de limpiar piletas y sus libros son muy reconocidos, y mil ejemplos más. Pero “la pluma” repito, es rentable en cada ámbito en todo sentido. Como decía el escritor Fogwill “escribir es pensar”.

 

-¿Qué consejo de algún profesor de la Facultad te ayudó a despegar profesionalmente?

Seleccionar es difícil. Hay cuestiones más evidentes y otras que sedimentan y quedan por debajo. No sé si pienso solo en términos “profesionales” sino “intelectuales” y “creativos”, que vendría a ser como el paso previo, pues luego eso se deposita en el trabajo. A mí me encantaba la teoría de la comunicación. Una frase me impactó, cargada de humor pero también de verdad, al terminar la cursada de los profesores Carlos Álvarez y Luciano Elizalde: “Todas estas teorías que vimos, no les sirven para nada en cuanto a los contenidos; pero lo que intentamos es que aprendan a pensar”. O algo así, perdón si la memoria me traiciona.

Más en concreto, quizá lo que más modificó mi manera de ver la profesión fue el Doctor Damián Fernández Pedemonte, cuando nos hizo conscientes del poder -en potencia- transformador de los relatos. En especial, en cuanto a la literatura de no ficción, que nos ayuda a hacernos preguntas sobre el otro, a no estigmatizar, a no dar por sentado nuestro mundo de vida, a cuestionarnos lo que damos por supuesto. Con ese espíritu y sobre ese marco intento escribir y ejercer mi profesión como editora, de autora, y lectora.

 

Crédito foto: Jonas Jacobsson en Unsplash.