21 de September de 2016
Por Damián Fernández Pedemonte.
Gobernar es poder gobernar. Parece que cuando se habla de la defectuosa comunicación del gobierno de Macri se piensa en que falta información, como si la comunicación política se agotara en la retórica empleada para dar a conocer una decisión ya tomada. La persuasión, sin duda, es una dimensión de la comunicación. Pero en política, la comunicación no aparece al final, como publicidad de los actos de gobierno, sino al principio. Es una condición de la política.
Macri quiere contraponer la acción al relato. Es el lenguaje de los CEO: el liderazgo se construye con resultados. Los CEO rara vez acostumbran a consultar a las bases. En general creen que hay “una única” solución a los problemas: la que determinan los números. La comunicación les aporta otro horizonte a las medidas de gobierno: tienen que ser acompañadas por los ciudadanos y para eso hay que mostrarles la meta. El consenso es el resultado de la conversación. Macri ha mostrado vocación de diálogo. Quizás se trate de empezar la conversación antes para conocer mejor las necesidades y los puntos de vista de los grupos sociales.
A Macri le está yendo bien en lo que pensábamos que le iría mal y mal donde pensábamos que le iría mejor. En el terreno político-institucional no le ha ido mal si tenemos en cuenta la rápida extinción del capital político de Cristina Kirchner, los juicios por corrupción a ex funcionarios, el diálogo con los gobernadores, la aprobación en el Congreso de leyes como el pago a los holdouts o el blanqueo de capitales. Sin embargo, en el terreno económico el ajuste se produce en un contexto de recesión del que todavía no se sale.
Y no se sale, entre otras cosas, porque las inversiones de los empresarios no esperan tanto “la señal de ajuste”, como que Macri dé muestras de que controla la calle. Aquí es donde, en mi opinión, debería haber aparecido ya hace rato la comunicación. La Marcha de la Resistencia y la Marcha Federal emitieron señales diversas sobre la política de la calle –no la institucional–. Ahora algunos empresarios le piden al Presidente lo mismo que pidió el Episcopado: un pacto social. Paradójicamente, los CEO del sector público sólo piensan en la economía, mientras que los CEO del sector privado piensan en la política. En el fondo se trata del desafío que acompaña al Gobierno desde su ajustado triunfo en el ballottage: la gobernabilidad.
La señal emitida por la Marcha de la Resistencia es la de la inexorable decadencia del kirchnerismo: su escasa convocatoria y su agrupamiento en torno de sus figuras más desprestigiadas. La Marcha Federal, en cambio, fue un éxito, mucho mayor de lo que mostraron algunos medios, y demostró que la CTA y las organizaciones de base tienen la capacidad de movilizar, como lo hacía el kirchnerismo con los recursos del Estado. Muestra también un relevo en los protagonistas de la protesta social y un sinceramiento en las organizaciones que no fueron kirchneristas, o que lo fueron poco tiempo, pero que adquirieron una licencia social, y que ahora están más lejos aún de la política económica.
En política se dan estos desvíos. Tal vez los que se manifestaron en Plaza de Mayo no sean representativos de los sectores castigados por la situación económica actual, pero su marcha puede influir sobre las actitudes políticas de la CGT o de los empresarios y sobre el ánimo de la gente. Es mucho mejor el diálogo que propone Macri que la anterior confrontación promovida desde el poder. Pero si la hipótesis del conflicto no explicaba todo, lo mismo le pasa a la idea del consenso. La comunicación es el arte de anticiparse, de negociar. Tal vez se trata de adelantar las conversaciones: las decisiones más poderosas se fraguan en la comunicación. Quizás sea hora de planificar conversaciones cruciales con los sectores que tienen más objeciones con la actual política institucional. Eso podría parecerse bastante a un pacto social.
*Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral. Investigador del Conicet.