El buen periodismo debe imponerse a las fake news, sostiene el autor, mientras se cuida la libertad de expresión.

Por Fernando Ruiz, profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral.

No sería descabellado pensar que las fake news explican la mitad de la historia de la humanidad. Es probable que tres hechos tan decisivos como la difusión de la Masacre de Boston -que motorizó la revolución colonial en Estados Unidos-, la Toma de La Bastilla en París y el Levantamiento en Madrid del 2 de mayo de 1808 contra los franceses hayan sido provocados por noticias falsas.

En nuestro país, por ejemplo, la segunda instalación de Juan Manuel de Rosas en el poder fue preparada por una fake news criolla. En 1833, el gobernador Balcarce quiso aplacar la guerra mediática enjuiciando a periódicos de distintos sectores. Entre otros, el juicio iba a ser dirigido contra un periódico llamado El Restaurador de las Leyes, vocero más radical de los rosistas. Estos difundieron la noticia falsa de que el juicio iba a ser contra el mismo Rosas, llamado precisamente «El Restaurador de las leyes», e incitaron a sus simpatizantes a defenderlo. Un testigo de la época describió así el tumulto y sus consecuencias: «Se quiebra el principio de autoridad y la multitud queda dueña de la plaza». Ese mismo día el gobernador Balcarce perdió su silla.

Si las fake news son clave en el devenir de la historia, ni hablar de la ficción. Casi toda la obra de Shakespeare entra en el género de tragedia informativa: acontecimientos dramáticos provocados por noticias falsas. Fuera de la ficción, no tuvo que aparecer Facebook o cualquier otra red o plataforma digital para que muchos actos electorales acabaran también en tragedias informativas. La deliberación preelectoral ha estado históricamente contaminada de noticias falsas, y los votantes deciden muchas veces bajo una densa neblina.

Precisamente, esta abundancia de malas hierbas ha sido uno de los incentivos para el desarrollo del periodismo en el mundo moderno: una profesión que nos debe ayudar a entender y a tener una referencia de verdad. La paradoja positiva es que si está más claro para todos que siempre hay neblina, hoy resulta más evidente que ayer la importancia de contar con un periodismo sólido y sustentable, algo que muchos se animaron a subestimar en estos años. Para ellos, la necesidad de preservar un periodismo fuerte era más una exigencia de una industria y una profesión antiguas que un servicio que la sociedad necesita más que nunca.

Los «términos y condiciones» de la relación de los medios con cada red social y con cada megaplataforma de servicios digitales se reescriben semanalmente. A veces nos enteramos de ellos, a veces nos informan y no nos enteramos, y otras no se informan. Para el usuario, y para la mayoría de los medios, esos han sido siempre datos de la naturaleza que no se podían cambiar. Hoy está creciendo la percepción de que son convenciones en las que la sociedad debería tener alguna voz, por lo menos para fijar estándares mínimos.

Tal como está organizado hoy, el escenario digital le da una potencia nuclear al periodismo y al mismo tiempo le aspira y sustrae la publicidad, su fuente de sustento. Ese es el dilema crítico que los editores del mundo debaten a diario.

Ahora estamos frente a un nuevo ciclo de percepciones sobre el mundo digital, y esto va a provocar la reescritura de algunas de estas reglas. Hay más preocupación que antes por los peligros que supone. Si antes hablábamos sobre la extraordinaria capacidad de tener servicios personalizados, ahora hay más voces que temen el control personalizado que eso implica. ¿Cuánto te está controlando aquel que te ofrece servicio en todo momento y lugar?

Sin embargo, desde el punto de vista del periodismo, todo indica que este nuevo ciclo trae una revalorización por partida doble: por un lado, la sociedad puede volver a darle importancia a una actividad periodística que funcione como referencia informativa; y, por otro lado, los propios directivos de medios pueden volver a confiar en que un mejor periodismo produce un valor mayor para la audiencia y por lo tanto aumenta la posibilidad de engagement y monetización.

Un indicador de este nuevo ciclo es que hay una nueva tendencia marcada en las redacciones a buscar métricas que guían al periodismo hacia una mayor producción de valor. Por esto, entre otras cosas, se dice que se cambian los clics por los clocks, en referencia a la medición del tiempo que el usuario le dedica a consumir noticias, lo que quiere decir que cada vez más el objetivo es ofrecer una mejor experiencia al lector.

Todos estamos tratando de entender qué es Facebook, incluso Mark Zuckerberg. El tan citado artículo de la revista Wired, «Inside the Two Years That Shock Facebook and the World», muestra que esa red social cambió en estos dos años su percepción sobre lo que efectivamente es. Es, entre otras cosas, el medio de comunicación más importante del mundo. Como muchas veces ha ocurrido, no necesariamente es el inventor quien mejor entiende su invento. Y por eso tener diálogos activos entre todos los actores, sociedad civil y editores, tanto con Facebook como con el resto de las grandes empresas tecnológicas, va a ayudar a reescribir en lo que sea necesario esos términos y condiciones. Para eso, en esta hora, los dos objetivos principales son transparencia y diálogo.

El problema es que esta creciente preocupación social alimenta una ola regulatoria que puede llegar a ser un tsunami. Los parlamentos del mundo se sienten legitimados a fijar reglas en este ámbito. Como suele ocurrir, con las buenas intenciones de proteger la vida privada, la seguridad, evitar manipulaciones electorales, las noticias falsas y defendernos de todo el espectro de males digitales, podemos terminar avasallando una etapa de libertad de palabra inédita en la que nos han puesto a cada uno en la mano un speaker corner.

La primera guía telefónica que se publicó en la historia debe haber sido un escándalo. Difundir el nombre, la dirección y el teléfono de todos era un avance abismal sobre los datos personales. Pero, en su proceso adaptativo, la sociedad neutralizó y equilibró los potenciales perjuicios de ese tipo de intrusión personal.

Por suerte, están alerta los relatores de libertad de expresión mundiales, como informó días atrás Edison Lanza, el relator de Libertad de Expresión de la Organización de Estados Americanos, durante una jornada que realizó junto con el Foro de Periodismo Argentino (Fopea) y el Centro de Estudios en Libertad de Expresión (CELE).

Proteger la libertad alcanzada en el entorno digital es lo más importante. Como dijo la ex senadora Norma Morandini en esa jornada, es el principal insumo del periodista.