El autor demuestra cómo ante cuestiones como la economía o la inseguridad no existe la división que sí aparece en temas más ideológicos. Analiza las causas psicológicas y sociales de las diferencias.

Por Luciano Elizalde, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral.

«La grieta”: Jorge Lanata usó este término en una de las entregas del Premio Martín Fierro pa­ra referirse a la división que veía en la sociedad argentina, entre los propios pe­riodistas y en la comunidad de artistas. A partir de ahí, “la grieta” se transformó en un “meme”: un replicador se­mán­tico. No se ana­li­za muy bien si describe lo que pasa en la Argentina, pero que evidentemente sintetiza en la cabeza de la mayoría, aquello que nos pasa o que sentimos que nos pasa.

¿Qué es? Si “la grieta” sintetiza y describe, sería bueno tratar de analizar y de explicar. Porque “la grieta” no es un invento del diseño social de la primera década del siglo XXI. No es un fe­­­nó­meno político: es un hecho social, es un hecho cultural que define la his­toria política de los argentinos.

Siguiendo la metáfora física y orográfica, para que haya una “grieta” es necesario que haya movimientos y cambios en niveles más profundos, es decir, en la estructura y no solo en la superficie. Porque la “grieta” marca una ruptura superficial, pero el problema es encontrar la causa de la “grieta” y las rea-cciones que deberíamos tener ante la situación.

Manuel Mora y Araujo escribió un libro muy interesante que muestra una parte de la historia de “la grieta”: La Argentina bipolar. La explicación de Mora y Araujo es psicológica –la bipo­la­ridad es el diagnóstico clínico de la opinión pública argentina, que cambia de modo casi ci­clotímico sin poder encontrar estados de equilibrio, estables y más o menos per­ma­nen­tes– pero al ser la psicología de un colectivo, el fenómeno que describe es cultural. Las personas, los diferentes grupos sociales que forman, las organizaciones en las que trabajan y viven, perciben y reaccionan de acuerdo con percepciones y esquemas cognitivos que di­viden de modo irreconciliable casi todos los temas importantes y trascendentes que de­ter­­­minan a la política argentina.

Desde esta perspectiva, el kirchnerismo no ha sido el generador de “la grieta”. Tampoco los anti-kirchneristas. Unos y otros se han basado en antiguas diferencias que se actualizan con situaciones, nombres y experiencias importantes en el tiempo presente. Sin embargo, ambos representantes de la discusión nacional han aportado elementos, acciones, motivos y razones para que la “grieta” se profundice por momentos. La base conceptual sobre la que se basó la comunicación del kirchnerismo, tanto de Néstor como de Cristina, se sos­te­nía en una interpretación que priorizaba los conflictos de la historia argentina. Durante estos dos últimos años, Cambiemos lo ha hecho con más timidez y menos contundencia, pero se ha visto arrastrado por la “grieta” y por los beneficios electorales que trae la polarización política que produce.

Es posible plantear la explicación de la “grieta” con dos mecanismos diferentes, que actúan desde dos posiciones distintas de la realidad social. Por un lado, un modelo de vida, mítico o ideal, casi inalcanzable, pero que es verosímil. Este mecanismo es de tipo cultural o cog­ni­tivo cultural y se forma lenta y paulatinamente; se reformula y reproduce sobre la ba­se de experiencias históricas, previas, cercanas y lejanas. Por otro, la “grieta” es el resultado de la acción constante de gobiernos, referentes ideo­ló­gi­cos, grupos de seguidores, fa­ná­ti­cos y militantes, que quieren o necesitan producir una rup­tura, una escisión en la ciudadanía que debe elegir algo.

Entonces, la “grieta” es el resultado dos acciones, de dos fuerzas, una profunda e histórica, cultural, y otra inmediata, coyuntural y que proviene de las decisiones de la política diaria, cotidiana, electoral.

El problema de la “grieta” es que no nos deja reconciliarnos. No nos permite comprender­nos, ni escuchar al otro, ni mejorar la empatía que necesita el diálogo; la “grieta” nos atrapa, nos domina, nos enceguece; porque, a estas alturas, parecería que tiene vida propia, que funciona con un mecanismo independiente a nuestra voluntad.

La “grieta” convive también con una gran cantidad de indecisos y de indiferentes sobre los temas públicos. Esto también sucede en la Argentina. Un porcentaje alto de ciudadanos no tiene posición ni clara ni fija sobre muchos temas públicos que son relevantes para sus vidas y para la de sus hijos.

Temas afectados. La experiencia abstracta es la que tenemos por los libros, la televisión, el cine, la escuela o los relatos que hemos escuchado de otros. Luego, está la experiencia directa, la que te­ne­mos de modo personal y familiar. Por otro lado, las actitudes cerradas, la toma de postura que implica tener completa y absoluta seguridad de que tengo la verdad y/o que el otro está equivocado porque es malo o porque miente o porque no sabe, es además una forma de comportarse más cercana a algunas personas que a otras.

Experiencia indirecta o mediática. En enero de 2015, con la aparición del cuerpo sin vida del fiscal Alberto Nisman, las interpretaciones inmediatas sobre el tema se realizaron desde la “grieta”. Una encuesta de Management & Fit decía que un 10,9% de la ciudadanía tenía intenciones de votar al oficialismo y que un 12% consideraba que las acusaciones del fiscal en contra de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner eran falsas.

La “grieta” se activa en casos de alta emocionalidad social. La desaparición y la muerte de San­tia­go Maldonado convulsionaron a los argentinos durante varios meses en 2017. La “grieta” se profundizó durante el último semestre de ese año.

Ni la experiencia generacional, ni el género son factores que explican las diferencias en las hipótesis de lo sucedido a Santiago Maldonado. Casi el 90% de los que creían que era una desaparición llevada a cabo por la Gendarmería, votaron a Daniel Scioli en 2015. Solo cerca del 7% de los que pensaban esto habían votado a Mauricio Macri.

Cuando se preguntó acerca de la responsabilidad del Gobierno, la “grieta” surgió con mucho más peso.

La atribución de responsabilidad al Gobierno era algo que apoyaban (74,6%) por completo los votantes de Scioli en 2015. La mayoría de los votantes de Macri estaban en total desacuerdo (82,9%).

Experiencia directa. En una encuesta de mayo de 2018, a nivel nacional, se le preguntó a la gente en Facebook: “¿Le cree a los supermercados cuando dicen que no ganan plata?”. En este caso, la “grieta” es cerrada y desaparece: el 84,7% de los que votaron a Scioli en 2015 y el 91,3% de los que votaron a Macri coinciden en no creerles a los supermercadistas cuando dicen que no ganan plata en su negocio. Otro tema difícil, pero en el que la “grieta” no ha intervenido tanto es el aborto y la des­pe­na­li­zación del aborto. Cuando se le pregunta a la gente si considera que hay que despenalizar el aborto, responden sin seguir los parámetros de la grieta.

La grieta no determina la interpretación del tema de la despenalización del aborto. Sin embargo, en otros temas habituales, la “grieta” aparece como articuladora de las inter­pretaciones.

En octubre de 2016, cuando se le preguntaba a la ciudadanía argentina cuáles eran los pro­ble­mas más importantes, las respuestas eran interpretadas desde la “grieta” de acuerdo con la menor o la mayor experiencia personal de los entrevistados. De esta manera, cuando la pregunta decía “temas actuales del país”, la respuesta estaba condicionada por la grieta.

Las percepciones se polarizan al ser cruzadas con el voto del que responde. Si bien el tema de la “herencia” es de orden subjetivo, porque es la esencia de la “grieta”, el resto de los temas son suficientemente generales como para contar con una opinión más o menos fundada.

Sin embargo, cuando las respuestas requeridas se orientan a la vida y experiencia personal, cuando nos encontramos con algo concreto, la “grieta” deja de ser un medio de interpre­ta­ción. El ejemplo más claro se encuentra en el tema de la inseguridad y del delito. Objetividad. En el caso de las preguntas sobre algo que sucede en la realidad de los hechos objetivos, la “grieta” no es un factor que transforma la interpretación de lo que se piensa y se dice. Sin embargo, cuando la pregunta se dirige a algo más abstracto, más intangible, como el “temor al delito”, la “grieta” vuelve a ser un mecanismo de interpretación para responder: la “grieta” vuelve a activarse cuando se debe hablar o pensar del pasado y del futuro, sin de­masiada precisión, y deja de ser importante en los temas más concretos y con algunos te­­mas generales como la corrupción, el aborto y el rechazo a los políticos. En mayo de 2017 para los votantes de Macri, Scioli, Ma-ssa, Del Caño, Stolbizer y Rodríguez Saá, el se­gundo tema problemático de la Argentina era la “corrupción”. Este tema estaba en agenda de los medios periodísticos pero, además, era una cuestión denunciada y sensible para la opinión pública desde hacía años.

En marzo de 2017, en la encuesta en Facebook, se le preguntó a la ciudadanía argentina, “cómo era tu situación económica hace dos años”:

Con estos datos es posible conjeturar que la base psicológica de la “grieta” se combina con la experiencia real.

Conclusiones

La clase dirigente es el grupo responsable de trabajar para cerrar o para aumentar las diferencias, tanto epi­dér­mi­cas como profundas, que experimenta una sociedad. Quienes componen esta clase deberían tener una mirada por encima de lo cotidiano y de lo necesariamente inmediato.

La “grieta” es un fenómeno que se puede comparar con la fake news. Las “noticias falsas” en las redes sociales dependen mucho más de la falta de objetividad del lector o del usuario, que de las intenciones o manipulaciones del emisor. No estoy diciendo que éste no es responsable, al contrario, tiene responsabilidad. Pero nunca se podrá controlar a quienes quieran confundir a la sociedad, o a quienes pretendan confundirla con argumentos y discursivos emotivos, y con pocos fundamentos racionales y prudenciales.

Necesitamos una comunicación política con fines y metas educativas; necesitamos formar las bases cognitivas de la ciudadanía que en la actualidad tiene mucho más acceso a la in­for­mación, a las noticias, pero que también tiene menos tiempo de reflexión y menos cono­ci­mien­tos para evaluar lo que tiene delante. Cómo hacer esto es un desafío de la sociedad entera, de las instituciones educativas y políticas, pero también de los propios ciudadanos que deberíamos ser conscientes de la responsabilidad que tenemos cuando leemos una noticia y, sobre todo, cuando expresamos nuestro parecer en una red social o en un foro de discusión.

Fuente: Perfil