19 de April de 2018
El foco es la defensa de las dos vidas, de toda vida. Su discurso es, o debería ser, no violento, con perspectiva de derechos y en favor de los más vulnerables.
Por Damián Fernández Pedemonte, director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.
El debate público sobre el aborto, habilitado por el presidente Mauricio Macri, tiene lugar en el entorno fragmentario y digital de los medios de comunicación, tal como operan hoy, y, como continuación de ese ámbito, en las universidades, colegios, instituciones religiosas, lugares de trabajo, hogares. En cualquier caso, lo que está en juego es lo suficientemente grave como para que los intelectuales apuntalemos la palabra informada, prudente e inclusiva. Se trata de un ejercicio de comunicación social de gran relevancia.
Una dimensión de este debate es sencillamente político, pero hay otras dimensiones, como la científica y la moral, que deberían inocular la discusión. Desde una perspectiva política, se trata de una apuesta de Macri, asesorado por Duran Barba, para recuperar la iniciativa en la construcción de agenda; desviar la atención pública de temas económicos y sociales y reorganizar los agrupamientos ideológicos a un lado y otro de la “grieta”. Una ley de legalización del aborto genera adhesiones o rechazos que no concuerdan con las delimitaciones partidarias, en Cambiemos, sobre todo. Esta apuesta no acercará a su gobierno a la izquierda, pero puede hacerle perder muchos votos del centro y la derecha. Una buena parte de los que se movilizan a favor de la vida coinciden culturalmente con el votante promedio de Cambiemos. Además, probablemente profundizará en gran medida la división entre los argentinos.
Como ha explicado George Lakoff, los dilemas morales que plantean los debates políticos se resuelven de una manera u otra dependiendo del encuadre (frame) que se le dé al tema. Para los partidarios del aborto, se trata de una cuestión de derechos de la mujer, a los que se opone un obstáculo: un embrión que puede ser extirpado mediante un procedimiento quirúrgico seguro. Al menos en el discurso público, no hay conflicto entre la vulnerabilidad de la madre y la vida por nacer. Este segundo término del dilema es el tabú del discurso público abortista, que se esfuerza por separar taxativamente la humanización del embrión. Los avances de la genética y de las imágenes intrauterinas les juegan en contra.
Efectivamente, con encuestas en la mano, se le ha sugerido al gobierno que presente el tema del aborto desde la perspectiva de la libertad de la mujer sobre su propio cuerpo, para enganchar con la agenda feminista. En este contexto el propio Presidente saludó a las mujeres el 8 de abril en Facebook, con el sugerente mensaje: “lo más valioso que una mujer puede tener es la libertad para elegir, para ser dueña de su vida”, recibiendo 28 mil respuestas, críticas, en su abrumadora mayoría. Poner el peso de su argumento en la libertad sobre el propio cuerpo empuja al discurso abortista hacia su límite más evidente: el niño por nacer no es su cuerpo, no lo es, aunque se hable sólo de embrión.
Si el aborto es un drama social, con secuelas imborrables en la mujer que aborta, es por la certeza o fuerte sospecha de estar aniquilando una vida humana. Sin esa presencia diversa y autónoma del propio cuerpo, la mujer no estaría embarazada ni el procedimiento quirúrgico sería moralmente traumático, como atestigua la existencia de un extendido síndrome post aborto. Consciente o inconscientemente hay una vivencia de la identidad y evolución de la vida humana desde la gestación hasta la muerte. Todos fuimos embrión. Si hubiéramos sido abortados, no podríamos estar defendiendo nuestro parecer. Todos, además, tenemos la experiencia de nuestro carácter inacabado, de proyecto siempre incompleto, con independencia de la etapa en la que nos paremos.
Frente al argumento de la libertad, quienes se oponen a la legalización del aborto, encuadran el debate público en la defensa de toda vida. Este enfoque está en línea con el trabajo a favor de las personas marginadas, la sensibilidad por los animales y el cuidado del medioambiente. Aunque en uno y otro lado hay grupos radicales e intolerantes, y aunque muchos abortistas sospechan de las intenciones de Macri y muchos conservadores rechazan el debate mismo sobre el aborto, la verdad es que los referentes de uno y otro lado se han mostrado hasta ahora mayormente respetuosos y sinceros en sus posiciones. Los medios han difundido más las posiciones abortistas -esto se nota, por ejemplo, en la actitud agresiva de algunos noteros de TV hacia médicos o juristas pro-vida, y en la escasa cobertura de las marchas a favor de la vida que se realizaron en todo el país el 25 de marzo-. A pesar de las buenas intenciones de los que encuadran y participan del diálogo, los partidarios de la vida están en desventaja en relación con los tópicos que circulan por los medios. Aunque los hay críticos y abiertos a las posiciones opuestas, se puede escuchar en boca de adolescentes los mismos eslóganes que los partidarios del aborto propalan desde los medios.
Es evidente que la Iglesia católica, y otros credos religiosos se han puesto al frente de la defensa de la vida por nacer. Los abortistas afirman que no se trata de un tema religioso, ni de convicciones personales, si no de un problema de políticas públicas. Y tienen razón. Sin embargo, los pro-vida ponen a la ciencia del lado de su causa. Las declaraciones de las academias nacionales de Medicina y de Derecho les dan la razón. Además, manejan con más prudencia los datos de salud pública. A las miles de muertes por abortos clandestinos, se contraponen los datos suministrados por el Ministerio de Salud para el año 2016 (últimos registrados), que hablan de 43 muertes por 8 subcausas, un 0, 025 % de las muertes femeninas, junto con 135 muertes en parto por causas obstétricas directas. Esto llevaría a pensar que lo riesgoso para la madre no es tanto la intervención (parto o aborto), si no las condiciones de seguridad en las que se lleva adelante, condiciones que no cambiarían con la legalización del aborto en los hospitales públicos, a los que se verían empujadas a asistir las madres pobres con embarazos no deseados. Literalmente empujadas (y con más facilidad) si media una ley, por parejas, jefes y contratistas inescrupulosos y abusadores.
Hay otra cuestión de política pública que el eslogan abortista tergiversa. Frente a cifrasde abortos clandestinos indemostrables, los abortos legales registrados siempre irán a la baja. Los movimientos abortistas esgrimen una cifra de 450 mil, procedente de corregir los datos de egresos hospitalarios por un coeficiente subjetivo, elaborado con encuestas a agentes del propio campo abortista. El epidemiólogo Elard Koch, del Women Research Program de la Universidad de Carolina del Norte refutó la validez científica del coeficiente multiplicador, y elaboró una estimación basada en la tasa de complicaciones por aborto. Llega a una cifra de 45.000 para la Argentina: un 10%. Ambas cifras no pueden ser ciertas. Además, si de 450 mil abortos clandestinos (1 de cada 2 nacimientos) se siguen 43 muertes maternas (1 por mil) la legalización no le agregaría más seguridad a la operación.
Contrariamente a lo que se podría pensar, la parte pro-vida suele ser más prudente en el manejo de los números que aporta la ciencia y la estadística social, que el periodismo simpatizante con el aborto. Los abortistas no tienen cifras comparativas para mostrar que los abortos hayan descendido con la ley en ningún país. En cambio, la posición a favor de la vida puede mostrar con datos cómo se han incrementado los abortos a partir de la legalización en varios países (Estados Unidos, España o Uruguay, por ejemplo). Esto es lógico. En las épocas en que existía el duelo clandestino, a nadie se le ocurrió legalizarlo para acabar con él. Es como aceptar que Trump logrará reducir la violencia en los colegios repartiendo armas. Lo que hay que suponer, más bien, es que este esfuerzo por demostrar lo contra-intuitivo -que con leyes de aborto, los abortos se reducen- es una concesión retórica a la oposición a la ley y no un objetivo genuino de esta. El objetivo del proyecto no es minimizar los abortos.
Así, además de su adhesión a la ciencia y a la estadística, los pro-vida están resultando más críticos y contraculturales contra un sentido común que parece imponerse desde el poder y la corporación política, los medios mainstream, quienes tienen intereses económicos sobre la práctica del aborto y organismos internacionales con los que el gobierno argentino tiene compromisos. No faltan los fanáticos y los ingenuos, pero creo que están acertando más con el tono humanitario, con el que se dirigen a las posibles víctimas. El destinatario del discurso abortista es la mujer, aquella que abortaría de ser legal. Se apela a la libertad, la ampliación de los derechos, la evolución feminista. En este objetivo -aborto libre, discrecional, con restricciones de tiempo y edad fácilmente superables según el proyecto- coinciden libertarios, izquierdistas y feministas radicales. Tienen una fe ciega en el poder performativo de las leyes. Una coincidencia entre el positivismo y el constructivismo más extremo deposita en la ley la capacidad de definir qué es vida, quién es víctima y quién debe ser protegido. Desde el momento en que en la cuestión del aborto se interpone la presencia del otro, el más vulnerable e indefenso, la solución jurídica entraña una teoría implícita sobre la relación entre los más débiles y los más fuertes en la sociedad. “Hay vidas que valen más que otras” afirmó la diputada Donda, firmante de la ley, por TV, y la frase se viralizó. En Islandia se erradicó el síndrome de down a través del aborto de todos ellos. Con la ley se abre la puerta a la práctica eugenésica del aborto, ya ensayada por los totalitarismos del siglo pasado. De cómo se resuelva la protección del niño por nacer depende en el fututo la protección de todos los vulnerables: los discapacitados, los enfermos mentales, los ancianos. En este sentido es que los pro-vida más conscientes son contraculturales, apuntan a una solución humanística y de largo plazo al evidente drama social del aborto.
A los abortistas les preocupan, indudablemente, las madres que mueren o enferman en abortos clandestinos. Pero la ley aspira a conseguir el derecho para cualquier mujer y esa parece ser su principal motivación. Frente a eso, los nuevos pro-vida hablan del cuidado de las dos vidas. Casi se podría decir que el grupo de las madres vulnerables es aún más su destinatario que el de las abortistas. Es verdad que varios movimientos feministas que persiguen la ley del aborto realizan trabajos con este grupo social desde hace tiempo, pero desde la perspectiva de la contención y el acompañamiento de las madres pobres los pro-vida cuentan con el testimonio de los curas villeros y las ONGs que se ocupan de las embarazadas, la crianza o la desnutrición infantil. Las madres vulnerables no son para los pro-vida un objetivo político al que hay que concientizar, empoderar con un discurso paternalista: son la parte amenazada del movimiento pro-vida. No volver a victimizar a la víctima es un aprendizaje de este grupo, en relación con las campañas condenatorias de grupos similares en los países centrales. Hoy algunos pro-vida se muestran abiertos a discutir la despenalización de la mujer, aún cuando está ya exceptuada de pena, en varias causas, por la última reforma del código penal, a condición de que quede claro que el aborto debe ser perseguido hasta minimizarse y que debe ser protegida la objeción de conciencia de médicos e instituciones médicas, conscientes de contravenir el juramento hipocrático y la multisecular tradición humanitaria de la medicina. Esto no lo entienden muchos periodistas: exceptuar de pena a la madre, no quiere decir legalizar el aborto. El bien que protege al Estado sigue siendo el de la vida.
La posición a favor de la vida debería hacer más visible su acción y sus proyectos en relación con las madres vulnerables, explicar cómo enlaza la lucha por la vida del niño por nacer con las luchas por los niños maltratados, abusados, esclavizados; aclarar mejor cómo se pueden implementar planes de educación sexual integral, exigir al Estado salud pública de calidad en los lugares más pobres y coherencia en la lucha contra la pobreza, la protección del embarazo y la facilitación de la adopción.
El encuadre de los pro-vida es la defensa de las dos vidas, de toda vida. Su discurso es, o debería ser, no violento, con perspectiva de derechos y en favor de los más vulnerables. Gandhi dijo: “me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen”. Y hace unos años Adolfo Pérez Esquivel lo concretó: “quien justifica el aborto, justifica la pena de muerte, y yo estoy en contra de la pena de muerte y en contra del aborto. Ser progresista significa defender la vida y nada más”. No es extraño que Durán Barba, junto con encuestas pro aborto, haya sacado a relucir encuestas a favor de la pena de muerte en la Argentina.