Por Verónica Martínez, reciente graduada de la FC.

Nunca había estado lejos de mi casa y mi familia por más de veinte días. Mucho menos en un lugar que quedara a catorce horas de avión y que fuera tan diferente a lo que estaba acostumbrada.

Cuando me postulé para ir de intercambio, estaba en mi cuarto año de facultad y era la última oportunidad de realizar esta experiencia. No lo medité mucho y me inscribí junto a una amiga. Después de un largo proceso, ambas fuimos aceptadas en Barcelona y allí viajamos sin saber bien qué nos esperaba.

La ciudad te atrapa. Siempre hay cosas para hacer y es difícil aburrirse. La oferta cultural es amplísima. Encontrás desde museos y exposiciones de arte hasta visitas a las obras arquitectónicas del modernismo catalán más despampanante. Por la noche, las opciones son incalculables y cada bar, restaurant o boliche tiene un estilo particular y distintivo que vale la pena explorar. Durante el día las caminatas por el Barrio Gótico o por El Born te teletransportan a otra época.

Ver la ciudad al atardecer desde los distintos miradores hacen que uno tome conciencia de lo grande que es Barcelona y del impresionante contraste que convive en un mismo lugar. Ahí podés encontrar montaña, playa, puerto, arquitectura moderna y construcciones antiguas, grandes tiendas y pequeños negocios, mercados de comida y reconocidos restaurantes.

Durante el intercambio fui a la Universidad Internacional de Catalunya (UIC). El edificio queda en la zona alta de la ciudad, lo que le da unas vistas espectaculares. La facultad de comunicación está equipada con tecnología de punta y cuentan con islas de edición, estudios de radio y televisión. Allí compartí cinco meses con compañeros de todo el mundo: Alemania, México, Uruguay, Italia, Bélgica, Venezuela y claro, España. No solo los conocí cursando sino en las excursiones que la universidad organizó durante el cuatrimestre.

Barcelona es un lugar cosmopolita y muy bien comunicado, lo que la hace ideal para ir de intercambio. Ahí pude viajar, conocer otros lugares de Europa y relacionarme con gente de otras culturas. De este viaje me llevo amigos, vivencias y conocimientos que jamás hubiera descubierto de no ser por esta oportunidad.

La experiencia es inolvidable y, aunque al principio cuesta un poco adaptarse a vivir solo, lo recomiendo. No solo aprendí en el sentido académico sino que crecí en lo personal y descubrí muchas cosas de mí misma que no hubiese descubierto de no ser por este viaje.