Lanzamos la publicación de una serie de textos creativos producidos por alumnos de 4° año de la LIC. EN COMUNICACIÓN, en el marco de la materia Géneros y Estilos Creativos. En este primer capítulo, disfrutá del ensayo escrito por Ramiro Pratto.

De la importancia de irse a dormir sin sueño
Ramiro Pratto.

 

No recuerdo qué estaba haciendo en ese momento, ni por qué estaba escuchando una conversación que no me incumbía. Recuerdo, sin embargo, oír a mi tía decir: “Mi parte favorita del día es cuando me meto en la cama y apago la luz”. Recuerdo que, en mi mente de no más de siete años, la confesión generó cierto rechazo hacia esa adulta que había perdido todo vestigio de niñez, y para la cual irse a dormir ya no significaba una pausa indeseada de los juegos y aventuras nocturnas. Me habré encogido de hombros y seguido con mis cosas, sin indagar en el por qué de esa extraña declaración, y deseando que nunca llegara el día en que prefiriera irme a dormir a estar despierto.

Hoy, 15 años después, he traicionado a ese niño. No porque ya no encuentre belleza en el mundo de la vigilia. Tampoco porque me guste estar flotando sin sentir nada en la oscuridad del estado de sueño propiamente dicho. Sino porque le he tomado gusto al hecho de concluir el día y sumergirme en la cama a recibir el gradual abrazo del sueño.

Creo que a lo que se refiere la gente -y mi tía- cuando dice que les gusta dormir, es al momento de irse a dormir, de cerrar los ojos y esperar. ¿Y a quién no? ¿Quién no encuentra un placer infinito al frotar las piernas frenéticamente contra las sábanas para calentarlas, o en crear un capullo con un único agujero para respirar y aguardar allí, protegidos del exterior, a que llegue el sueño? ¿Cuántas veces hemos estado al borde del éxtasis al sentir la almohada fría en una noche de verano, o experimentado una extraña satisfacción al revelarnos y, con cierto despecho adolescente, disponernos a pasar la noche sobre una cama sin desarmar?

Pero más interesante que lo que le sucede a nuestro cuerpo al hacer la lenta transición del mundo consciente al onírico, es lo que pasa en nuestra mente. En su cuento Bestiario, Cortázar se refiere a este momento como la “hora de las caras en la oscuridad”, caras que solo se nos aparecen cuando estamos a punto de dormirnos. Porque en esos minutos en los que le permitimos a nuestro pensamiento vagar por donde quiera, sin cadenas y sin faros, surgen ideas y maquinaciones ocultas, como espíritus que durante el día estaban encarcelados, pero que cuando cerramos los ojos salen a bailar.

Hablo de epifanías creativas, segundos de inspiración que solo aparecen cuando bajamos las persianas para esperar la llegada del sueño. Tímidos como un zorro o rimbombantes como un pavo real, estos pensamientos vienen cuando apagamos la luz, y a veces nos obligan a prenderla de vuelta para anotar lo que nos susurran al oído, para no olvidarlo y poder llevarlo a cabo día siguiente.

Hablo de decisiones importantes, que requieren de un estado de consciencia, pero enmarcado en el silencio y la soledad de las sábanas. Como motores que se encienden mientras miramos el techo desde la cama, permanecen en marcha toda la noche y, en algún momento, tarde o temprano, nos hacen abandonar un trabajo o comprar finalmente ese pasaje de avión.

Hablo de divertimentos, pequeñas libertades a las que permitimos invadirnos y cuya presencia disfrutamos en secreto. Nos regocijamos imaginando cómo sería nuestra vida con esa persona mayor que nosotros, o cómo se sentiría poder respirar debajo del agua. Vagares que, para muchos, pueden ser un bálsamo que hidrata la sequedad de la vida en vela.

Hablo de los tribunales que se alzan desde la almohada, que juzgan nuestras acciones del día y nos martillan la cabeza si nos hallan culpables. Como guardianes de las buenas costumbres, nos advierten que tengamos más cuidado en nuestras acciones de la vigilia, si queremos poder dormir tranquilos.

“Dormir es el elixir de la vida y de la salud”, dicen psicólogos y neurólogos como Mathew Walker. Yo lo entiendo como el elixir de las sociedades, del progreso, del arte. Deambulando por la antesala del sueño, encontramos tesoros ocultos que no se nos hubieran presentado de otra manera, y que nos hacen crear, avanzar o retroceder cuando llega la mañana. Por eso intento, y recomiendo con fervor, no esperar a estar cansado para irse a la cama, para ganarle minutos al sueño y poder pasar más tiempo en esa oscura y calma usina de deseos, musas y sistemas de alarma.