13 de July de 2018
Irme a vivir sola a otro país es algo que nunca me había planteado realmente, hasta que me encontré con la posibilidad de hacer un intercambio. ¿Cuándo irme? ¿En qué cuatrimestre? ¿A qué país? Todos interrogantes que aparecieron una vez tomada la decisión. En el medio, surgió el tema con Agustina Götz, una amiga de la facultad, que también quería irse de intercambio, y nos dimos cuenta de que a las dos nos interesaba Inglaterra y que queríamos aplicar allí. La Universidad Austral tiene convenio en Manchester, con Manchester Metropolitan University. Fuimos casi las únicas en aplicar, y terminamos yéndonos juntas en enero de 2017.
Nunca me hubiese imaginado que una ciudad que supuestamente es fría, lluviosa, aburrida e industrial me iba a gustar tanto. Desde el primer día me enamoré del centro, de la cercanía de los lugares y de la arquitectura de los edificios, que combinan perfectamente lo nuevo y lo viejo. Un ejemplo de esto es un complejo de cines, restaurantes y bares, que está instalado en un edificio que antes era una imprenta.
Además, al contrario de lo que se cree, los ingleses son súper cálidos y amables. Tanto para pedir direcciones, como para entrevistar gente para trabajos de la universidad. Todos hicieron siempre lo posible por ayudarnos.
Manchester es una ciudad de estudiantes, llena de vida y de culturas completamente distintas que conviven en un mismo lugar. Hay muchísimos bares y lugares donde pasar el tiempo, y siempre queda algo pendiente para ver. Desde el Northern Quarter, lleno de vida nocturna, locales de ropa vintage y grafitis en las paredes, hasta bibliotecas del siglo pasado (una de ellas es en la que se reunían Marx y Engels a escribir el Manifiesto Comunista). La variedad de propuestas es súper amplia.
La ciudad está en el centro de Inglaterra, a poca distancia en tren de ciudades chiquitas, pero que vale la pena conocer. Los lunes no teníamos clases, y eso nos permitió visitar un montón de lugares. Entre ellos: York (donde, además de una catedral imponente y un pueblito muy pintoresco, nos encontramos con una manifestación de lo más organizada en contra de Trump), Leeds, Liverpool (donde visitamos el museo de los Beatles), Birmingham, y Peak District, que es un parque nacional que está en el centro de Inglaterra. Además, estando en Europa, donde todo está cerca, también pudimos viajar a distintos países, como Francia, Irlanda y Holanda.
Si bien yo no estaba completamente sola, lo que facilitó la adaptación, el estar en otra ciudad, lejos de mi familia y de todo lo conocido me ayudó a abrirme. Conocí y entablé relaciones con gente de todo el mundo, que estaba en la misma sintonía en la que yo me encontraba: con ganas de aprender, de crecer, de divertirse y de conocer.
Manchester Metropolitan University me sorprendió de entrada. El campus es inmenso, ocupa casi tres manzanas y las carreras están divididas por edificio. La biblioteca tiene seis pisos y es muy cómoda. Además, tiene un sector dentro del campus online de la universidad con libros y papers en digital, que a la hora de estudiar es súper útil.
Por otro lado, la universidad tiene un espacio que se llama The Union, que además de ser un bar (donde casi siempre íbamos a comer), es un espacio donde los alumnos se reúnen y pueden jugar al ping pong, y crear clubes de lo que quieran. Además, la universidad tiene un programa enorme de deportes, algunos gratis y otros de pago en los que todos los alumnos se pueden anotar.
La forma que tienen de dar clases me encantó. Todas las materias se dividían en clases normales, en las que hablaba el profesor y duraban por lo general solo una hora. Durante el resto de la clase, con videos o ejemplos, los profesores formaban grupos y nos hacían debatir sobre distintos temas, sobre la base de lo que se había enseñado durante la primera parte del día. La idea detrás de todas las clases era que, a partir de lo que íbamos aprendiendo, pudiéramos formar un pensamiento crítico a la hora de analizar distintas temáticas. Había mucha diversidad religiosa y cultural en la universidad, lo que hacía que los puntos de vista de cada uno fueran más variados y enriquecedores. Todos los profesores eran súper abiertos y estaban dispuestos a ayudarnos en todo lo que necesitábamos.
Si bien no pude cursar todas las materias que tendría que haber hecho en Argentina, no me arrepiento de haberme animado a hacer el viaje. No solo fue una manera de abrirme a otras culturas y de viajar por Europa, sino que además me hizo crecer a nivel personal. Hoy puedo decir que soy mucho más independiente de lo que era antes de irme, y también, que a partir de esta experiencia, me planteo irme a vivir sola a otro país una vez que termine la carrera.