El doctor Pedro L. Barcia, profesor Emérito de la Universidad Austral, ofreció su última clase magistral en nuestra casa de estudios, durante el solemne acto de Apertura del Año Académico 2017.

Generoso maestro de muchos de nuestros profesores y miembro fundador de la Facultad de Comunicación, a partir de este año, dejará las aulas y se abocará exclusivamente a la investigación y a la producción académica.

Sabedores de que la entrañable relación con él no cesará, la Universidad Austral agradece, especialmente, su magisterio y la impronta que ha dejado a través de su consecuente labor. Esperamos que sus próximos proyectos le deparen gratificaciones. En nuestra casa de estudios, su trabajo ha logrado frutos buenos y abundantes, y nos sentimos agradecidos y honrados por ello.

A continuación compartimos las palabras de su clase de despedida.

Señor Rector, Decanos, Miembros de los Consejos, Autoridades, colegas, personal, alumnos, integrantes de la cátedra CCC:

Agradezco la invitación, que me honra, de dictar esta miniclase en este día inaugural simbólico de la actividad universitaria. Al tiempo que denota la generosidad de las autoridades, muestra para con los asistentes una natural prudencia y conocimiento de la índole lata del expositor al ser discurso debidamente acotado.

Como dice Fierro. “No hay plazo que no se cumpla/ ni tiento que no se corte”. Esta es mi última intervención docente en nuestra querida Casa después de más de cuarto siglo de trajines didácticos. Dejo correr una furtiva lágrima pedagógica.

No será mi canto del cisne, creencia mitificadora para el ave, que Plinio supo denegar en el segundo de sus libros, y, en cambio, sostener, en uno de sus cuadernos Leonardo da Vinci. No, será, más bien, el graznido del ganso que uno es. En efecto, según la denominación de la Edad Media, fundadora de la Universidad medieval, aquello de “Hablar por boca de ganso”, proviene de que llamaban “ganso” al ayo o docente, por dos razones: graznaba él al frente del coro de alumnos y todos repetían el graznido; y, cuando desfilaban por las pedrosas calles medievales, el ganso docente iba delante, seguido por la fila de los muchachos alumnos, como hilera de palmípedos. Y “Hablar por boca de ganso” supone repetir lo que el docente dijo y no buscar nuestra expresión, es decir la que nos libera de lo preso que llevamos en nosotros. Se sabe, la mala docencia genera epígonos, meros repetidores, como fotocopias o papel carbónico; la buena, genera discípulos. Es el caso de Aristóteles por antonomasia, que aprendió a pensar por doce largos años junto a Platón, y al salir de la Academia le puso al maestro el quiosco enfrente con su realismo frente al idealismo platónico.

El tema que he tomado para esta clase jibarizada versa sobre la importancia que el punto de vista y el contexto tienen en el alumno para fundar todo conocimiento. De acuerdo al realismo pedagógico que siempre practiqué –frente a tanto colega, extra muros, obvio, que cumple con aquello de intentar exploraciones de cuevas subterráneas con globos aerostáticos- partiré de una experiencia aular (los ministros, con minucioso y casi exhaustivo desconocimiento del latín, dicen “áulico”, cuando este adjetivo se refiere a “lo palaciego y lo cortesano”, ambas realidades distantes de la formación democrática que nos debemos. Deberíamos desterrarlo).

Partamos pues de una anécdota que he recogido en mi último libro La comprensión lectora. Y, aprovecho un recodo, para respaldar mi realismo docente, que ha sido tal vez mi mayor aporte a esta Universidad.

En tanto, frente a la dramática cifra de que más de la mitad de nuestros egresados de la Secundaria, no entienden lo que leen –pero además no pueden exponer una idea a lo largo de dos minutos, y escriben con ausencia total de ortografía- hay reacciones de dos tipos de colegas que abundan: los “pedagogos de periódico”, que comentan el duro guarismo pisano, y se rasgan las vestiduras, sin proponer salida alguna al atolladero; y los que el papa Francisco –siempre hay que citarlo porque este papa está de moda y no hay que perder el vuelo- condena en el apartado 96 de su Evangelii gaudium: los que cometen el pecado de habriaqueísmo. “Habría que hacer algo”…, “Habría que intervenir…”. Siempre otros, y ellos no se mojan los pies en el arroyo de la realidad, por decir lo menos del indecoroso refrán. Uno, australino, va por otra vía. Me atuve al consejo del viejo Confucio, que la tenía clara: “Cuando veas que las tinieblas te rodean, no maldigas a la oscuridad: enciende una vela”. Y eso, esa simpleza, es lo hice con el libro mentado: encendí mi vela, el libro, acompañado de una carpeta de láminas para Inicial y siete cuadernillos de ejercitación para Primaria. Si cada uno encendiera su vela, contribuiríamos a ilustrar la realidad, y hasta ayudaríamos al ministro Aranguren.

La anécdota es esta. Para entrar en calor mental, en clase, comenzamos a trabajar con máximas vetustas y con refranes criollos, que abordamos en tres grados de significación: el sentido literal, el sentido alusivo y, lo realmente valioso, la aplicación personal que el alumno debe hacer de la sentencia o el refrán. Veníamos de una aguda aplicación de una alumna del refrán: “En la barba de los pobres aprenden los peluqueros”. La muchacha se despachó con esto (claro que después de decir dos veces: “No sé”, pero uno lo aprieta al alumno, como a un limón, y larga su jugo). Dijo: “Es el caso de los laboratorios de remedios de alto riesgo que aplican a enfermos del tercer mundo, sin correr riesgos”. No me acababa de reponer del cachetazo contundente de la niña de primer año –con estos alumnos vamos en coche-, que en el siguiente ejercicio, esta vez tomando un proverbio hitita -que los carentes de oreo oriental atribuyen a Mc Luhan que lo citó sin decir su fuente-, el conocido: “El pez no sabe lo que es el agua”, me espeta en el nivel de aplicación, en este caso a lo personal: “Es como lo que nacimos y vivimos en un country”. ¿Por qué?”, le digo. Porque nacimos en un country, hicimos la Inicial, Primaria, Secundaria y ahora la Universidad sin salir de esta burbuja. No podemos compararlo con otra realidad.”

En efecto, están llegando a nuestras aulas las primeras generaciones nacidas en countries. Por eso urge reflexionar sobre el ecosistema de este contexto. Estamos en el seno del tema.

Nadie que no haya salido de su hábitat puede describirlo, porque no lo ve. Somos creaturas contextuadas. Estamos insertos en una suerte de ambiente que nos envuelve y supone. Contexto es un texto en determinadas circunstancias, y por texto entendemos desde una palabra en una frase hasta un hombre en una situación concreta. Quien nace y vive en un espacio sin salir de él ni siquiera puede percibirlo porque no tiene pupila de contraste. De allí que Güiraldes, Mallea, Marechal y Borges casi dijeron la misma frase en su primer viaje a Europa: “Cuando vi Paris, conocí mi país”. Ahora estaban habilitados por el viaje que los arrancó de su hábitat para ver su contexto natal.

El contexto o ambiente son invisibles para quien lo habita, por su índole gaseosa y envolvente. En eso radica su poder limitativo. Mc Luhan tiene dos frases muy duras contra él. “El ambiente es una ideología”, en la acepción de pensamiento congelado, inflexible. Y la segunda: “El ambiente es el mayor lavado de cerebro”. El canadiense y media docena más de pensadores sanamente disruptivos siguen siendo los estimulantes para romper el cascarón del ambiente.

El ambiente en que estamos inclusos no está constituido por una sola capa, son varias que se suman y articulan como los tubos de un telescopio plegable: el familiar, el educativo, el grupal, el comunitario, el cultural, el histórico, etc., son capas superpuestas como en una cebolla. Coseriu marca cinco contextos concéntricos convivientes.

El hombre, vos y yo, naturalmente, buscamos ambientes porque ellos nos ofrecen un ámbito de protección, nos dan techo. Dejamos de ser expósitos. Gabriel Marcel decía hermosa y hondamente: “El hombre es un ser expósito”. Sí, es un expuesto, sin techo ante las inclemencias de la naturaleza y ante las adversidades de la existencia. Lo difícil es advertir cuando la casa, la ecosfera se te hace cautiverio.

En cuanto al punto de vista, los argentinos en lugar del correcto: “Desde este punto de vista” decimos “Bajo este punto de vista” convirtiéndolo en un techito que tal vez tenga que ver con no quedar del todo expuestos. El punto de vista es el sitio, el espacio, el ángulo, la toma de posición desde donde el hombre mira y ve. Mirar es un hecho solo físico -como oír-, es dirigir la vista en una dirección. Ver es entender lo que se mira, comprenderlo, es un acto de conocimiento, como el escuchar. El poeta Antonio Machado dice: “El ojo con que te miro/ no es ojo porque te mira/ es ojo porque te ve”.

El órgano visual alcanza su plenitud en la contemplación de ella. Se puede mirar sin ver, pero nunca ver sin mirar.

Esa toma de posición que supone el punto de vista está flanqueada por una serie de condicionamientos, no digo determinismos, porque en la concepción cristiana, opera la libertad del hombre.

El visor (como decimos lector, o espectador) tiene condicionada su visión por varios factores concurrentes:

1. El lugar físico desde donde mira: perspectiva, cenital, horizontal, vista de zócalo o contrapicado; derecha o izquierda, el ojo de cerradura; el payaso.
2. La capacidad visual del visor: tuerto, miope, bizco, présbita. Dámaso Alonso y su poema.
3. La experiencia de vida: el contacto con la realidad cotidiana permitía a un paisano distinguir doscientos tipos de pelaje. O bien, lo vivido: los miedos, prejuicios generados en la vida.
4. La situación en el acto de ver: Gulliver percibe de diferente manera la realidad según esté entre gigantes o entre enanos.
5. Los intereses del visor: la mirada profesional de un militar, un cazador, un científico (los diarios de viajeros en la conquista: Ulrico Schmidl, soldado, atiende a las armas de los indios y sus recursos de guerra. El jesuita Barzana, privilegia en su mirada si esa nación de indios era politeísta o monoteísta, polígamos o no, si eran antropófagos, etc., aspectos que podían dificultar su profesión de catequista del cristianismo. Los naturalistas, como Darwin, atienden de preferencia a la flora y la fauna, y así parecidamente.

Cuando asumió el papa actual, en mi pueblo hicieron una vaquita para que un copoblano viajara a Roma. Fue el sastre Hernán García. Cuando regresó le preguntaron cómo era el Papa y dijo: “Es ranglan, 64, tela blanca, de textura firme”. Su óptica profesional de sastre lo condicionó en su percepción de la realidad papal, y la redujo y empobreció.

En Alicia en el País de las maravillas, leemos: “El gato no veía a la Reina sino al ratón debajo del trono”, lo que muestra que el interés propio reduce y estrecha la mirada.

El punto de vista personal está muy condicionado porque gracias a Dios somos sujetos y no objetos. Pero debemos saber la limitación que tenemos para la objetividad, salvo en algunos campos científicos, solo la garroneamos

Hay dos instrumentos para librarse del ambiente y del punto de vista estrechos: la educación y el arte. Una de las funciones básicas de la educación es ser desambientalista, sacarnos del contexto en que vivimos y hacérnoslo ver desde afuera, con lo que tomamos conciencia neta de aquello en que estamos insertos. Uno comienza a ser dueño de si cuando se ha desambientado. Y conoce los márgenes del marco en que ha vivido.

El otro instrumento es el arte. La contemplación de un cuadro te pro-pone, te pone por delante, una visión de la realidad que no es la tuya y te invita a compartirla. Eso flexibiliza tu punto de vista, lo hace conviviente con otros diferentes. Lo mismo pasa con las buenas novelas: son un muestrario de ópticas variadas para que uno advierta que la visión no se agota con la propia. Eso despierta lo que Howard Gardner, en una de sus múltiples inteligencias llamaba la inteligencia interpersonal: la apertura a la empatía, a la comprensión del otro, a la escucha atenta o a la mirada visora.

El punto de vista y el ambiente no aparecen registrados como contenidos en nuestras cátedras. Deberían figurar en el curso de ingreso como preliminar advertencia para nuestros alumnos como una base de despegue para el conocimiento.

Pero no caigamos en el simplismo de creer que el extrambientarse, o el desambientarse es una acción que se cumple de una vez para siempre. No, la vida es una Gran Aracné, una gran tejedora de urdimbres que nos vuelve a enredar, a hacer cautivos de esos hilos sutiles invisibles que se llaman hábitos y que generan el acostumbramiento. Este es el anestesista de la vida, el que te quita la sensibilidad y te adormece en lo cotidiano. Te mata la mirada crítica y penetrativa, te deja en lo epidérmico.

Dice Borges “Nadie percibe la belleza de los habituales caminos”. Es así porque nos embotamos por la habitud diaria, por la frecuentación, para percibir esa belleza. Eso pasa con los amigos, con nuestra mujer, con nuestras cátedras. Entonces, es necesario el movimiento liberador contra el ambiente y el acostumbramiento que van produciendo artrosis en nuestro punto de vista haciéndole perder flexibilidad. Ese movimiento liberador se llama consideración.

La palabra también está amortecida en su profundidad semántica por el uso y la costumbre, parece una bobada social. Y aquí pienso que nos deberíamos toda una reflexión sobre el ambiente lingüístico y su poder de dominio, que los medios de comunicación, con arte de domesticación, conocen como el indio para domar el caballo.

En rigor, entre tanto curso de gimnasias orientales y occidentales propuestos, la gimnasia universitaria debería destacar dos movimientos y generar con su descripción un tutorial en Internet: el primer ejercicio, radica en una flexión repetida, una reflexión, un agacharse sobre la realidad para conocerla de cerca, de visu, como dicen con latinajo los abogados y la policía; no de oídas bibliográficas. Este ejercicio es infrecuente en el medio universitario, por eso, en sus relevamientos estadísticos nuestro Hospital Austral ha detectado muy pocos casos de lumbalgia entre los docentes.

El segundo ejercicio es la consideración dicha. Atendamos a Aristóteles cuando dice que en la etimología está la médula semántica de las voces. El latinismo “con-siderar” alude a “mirar en conjunto desde los astros” (sidera).

Esto es, que debemos hacer el ejercicio de elevarnos por sobre nuestra circunstancia y mirarla desde arriba, cenitalmente, con ello rompemos el ambiente que nos tiene presos y modificamos nuestro punto de vista, que padece acostumbramiento. Y así renovamos, repristinamos nuestra visión de la realidad en que estamos insertos. No ya solamente aquel: “Argentinos, a las cosas”, que nos dijo Ortega, sino “Argentinos a reconsiderarlas”. Y, más importante aún, a reconsiderarnos. En esto, todos los que integramos esta Universidad deberíamos ser expertos en reconsideración. Hasta es posible que a alguno se le ocurra – “Hay gente pa’ to”, dijo el andaluz- generar un Máster en Reconsideración. Me apunto para la clase inaugural. Muchísimas gracias.

 

 

Acerca de Pedro L. Barcia
Es Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata; Doctor honoris causa de la Universidad “Ricardo Palma” del Perú, de la Universidad Nacional de Tucumán, de la Universidad de Salta, de la Universidad de Concepción del Uruguay y de la Universidad de Morón; Presidente de la Academia Nacional de Educación; Investigador principal del CONICET; Miembro de número de la Real Academia Española, y Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, entre otras muchas distinciones. Además, fue presidente de la Academia Argentina de Letras desde 2001 hasta 2013.

Prolífico escritor, es autor de setenta y dos libros, doscientas cincuenta monografías y artículos especializados, más de treinta capítulos de libros y de una veintena de prólogos.
Ha sido Director fundador del Doctorado en Comunicación, el primero del país en la materia. También, fundó la Secretaría de Investigación de la Universidad Austral, ha sido profesor en la Escuela de Educación, fundador y director del Instituto de Estudios Americanistas “Julián Cáceres Freyre” y Director de la Diplomatura en Cultura Argentina del Centro Universitario de Estudios Superiores.